“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

sábado, 19 de diciembre de 2020

ROMPAN TODO

Tengo conmigo mismo uno de esos debates que son absolutamente insulsos e inútiles, que no aportan nada, ni a mí ni a nadie: soy o no soy un tipo nostálgico. Esta es la rosca mental (que por supuesto no lleva a ningún lado) que tengo desde hace un par de días luego de ver ROMPAN TODO (serie documental de Netflix sobre la Historia del Rock Latinoamericano). 



He tratado de imaginarme cómo sería ver este documental siendo un joven veinteañero, supongo que debe ser lo mismo que uno siente cuando ve documentales sobre Pink Floyd. Pero aunque trato no puedo, porque ROMPAN TODO me ha emocionado mucho, porque toda esa música es parte de mi vida, y como muchos de mis amigos y amigas, viví toda esa explosión rockera de los ochenta y los noventa. Inevitablemente ROMPAN TODO me traslada a esa época, a esos tiempos duros, pero felices. 

Crecí escuchando lo que se escuchaba en mi casa: la música pop romántica en inglés (todo eso que ahora se escucha BestFM) y la música romántica en español (con José José a la cabeza). Mi papá tenía varios de esos discos, y yo solía poner el tocadiscos para escucharlos, por ahí de repente había un disco de Serrat. Pero mi infancia fue escuchar eso, no había "música tropical", era todo bastante uniforme. Hasta que crecí un poco y con mis hermanos empezamos a escuchar HOLA JUVENTUD, y se nos abrió un poco el mundo. Esto fue a mediados de los ochenta, empezamos a oír rock en inglés, y por esos años también apareció Soda Stereo, y nos dimos cuenta que también había rock en español. Luego descubrimos que había rock costarricense, y eso ocurrió en el parqueo del Centro Comercial de Guadalupe cuando José Capmany y Café con Leche, dieron un concierto teniendo como público casi únicamente a la barra del barrio. Y así fue como empecé a tener mi propia "identidad musical". 

Digamos que no era fácil accesar a toda es música, no tenía dinero y no podía comprar discos, además nunca se me ocurrió pedirle a mi papá que me los comprara, supongo que estaba más interesado en otras cosas, entonces había que esperar a que sonaran en la radio. Y tampoco me ayudaba mucho el ambiente represor de un colegio evangélico que consideraba que el rock era "satánico". Tres perlas para ejemplificar. Uno. Un compañero de la escuela fue objeto de acoso de la profesora de artes plásticas, una evangélica fanática, que consideraba Iron Maiden era satánico, Diego se tuvo que ir del colegio. Dos. Ya en sétimo año (1990), la profesora de matemática en una de sus típicas arengas conservadoras al inicio de su clase, se refirió a Soda Stereo como "esos homosexuales" que corrompían a los jóvenes. Tres. Teníamos una "clase" que se llamaba "Capilla", más de una vez (el clásico truco de los panderetas) nos pusieron ANOTHER ONE BITES THE DUST de Queen "al revés", para demostrar que había contenido subliminal satánico y que incitaba al consumo de marihuana en las canciones de las bandas de Rock. Son unos enfermos, están obsesionados con lo diferente, no lo soportan. Pero no voy a hacer muy largo el cuento, porque podría contar muchísimas cosas de mis recuerdos infanto-juveniles. 

Así que, a lo que voy, es que en la década de los noventa experimentamos un explosión maravillosa de música latinoamericana, el rock mezclado con todas esos ritmos que le daban sabor a cada región.  Mi infancia había sido de pop romántico en inglés y español, y en mi adolescencia ya estaba abrazando profundamente al Grunge, y creía que si uno escuchaba rock no podía, o debía, escuchar por ejemplo, salsa. Reconozco con mucho pesar, y hasta vergüenza, que se trataba de un dogmatismo estúpido (inexplicable) que había excluido muchas cosas de mi gusto musical. Y esa es la importancia (en mi vida) de lo que hicieron todos estos grupos, me abrieron la cabeza, me di cuenta que no había antagonismos en la música. Pero además me politizaron, porque todo eso coincidió con mi adolescencia, con el enojo contra el mundo, con el descubrir que las cosas no eran como se decían, mi rebeldía encontró eco en toda esa música, encontré una identidad. Y me volví fanático de la música, me dediqué a investigarla, a escucharla en todo momento, y fui incorporando entre mis gustos cada vez más ritmos, más artistas, fui apreciando más las mezclas, y eso me ayudó a intentar comprender en qué contextos se desarrollaba toda esa música. La música latinoamericana fue la puerta de entrada a leer historia, a interesarme por lo que pasaba: música, política e historia entraron al mismo tiempo que estudiaba psicología. Fue la época en que me metí en política, fue la época en que devoré libros. Fue la época dura que vivíamos una situación económica dura en la casa, fue la época del caos, de mucho dolor y enojo. Pero también fue la época hermosa de compartir música con mis hermanas, tirados en un sillón, en la cama, de especulaciones sobre los significados de las letras, fue la época de esa felicidad juvenil. 

Y entonces, volviendo al inicio, ROMPAN TODO me llenó de nostalgia, sentí mucha emoción recordando toda esa época, todo ese asombro por la música nueva. Pero también me hizo sentir toda la tristeza por no poder comentar el documental y compartir todos esos recuerdos con mis hermanas, todos juntos, porque nos falta una, y con ella está enterrada también esa época. 

domingo, 13 de septiembre de 2020

Nacionalismo

 Yo nunca he sido una persona particularmente “nacionalista” o “patriótica”. Y no le he sido porque creo que es una especie de lotería nacer donde uno nace, es un azar. Y habrá quien piense que nació en el mejor lugar del mundo y que si pudiera escoger, escogería sin ninguna duda, ese lugar. Pero ¿y si hubiera nacido en otro lugar? Posiblemente, pensaría lo mismo. O no. Porque también se pudo haber nacido en algún lugar que sea zona de guerra, o, por ejemplo, una zona en la que constantemente hay desastres naturales. Pero bueno, insisto, fue el azar, el que dictó que naciéramos en un lugar llamado Costa Rica. ¿Y eso tiene algo de extraordinario? La verdad, no. Y esto no quiere decir que odie este país, solo quiere decir, que nacer en este territorio no tiene nada de extraordinario. Tampoco tiene nada de extraordinario que este país sea como es, tan solo es diferente, tiene cosas muy buenas, y también tiene cosas feas. Como cualquier otro país. 

Mi problema con el nacionalismo es muy sencillo, que remite a un “nosotros”, y a un “ellos”, y esa diferenciación normalmente tiene que ver con una superioridad que desgraciadamente es más que moral, es también, muchas veces racial, porque es selectiva, escogemos, de forma consciente o no, a quiénes somos superiores. Escogemos frente a quién defender, eso que llamamos Patria, y que normalmente no es la amenaza. Pero estamos dispuestos a ceder la “soberanía nacional” a otros. Se trata de un complejo conjunto de motivos, que la mayoría de las veces no tenemos claro y que son hasta contradictorios.

Se trata, desde mi punto de vista, de hábitos ideológicos, de sentidos comunes, que reproducen una idea de Nación que si la miramos con mucho detenimiento, con serenidad, es vacío. Pero que no es inocente, porque, como dice el psicólogo inglés Michael Billig, “el aura de la nacionalidad opera siempre en el seno de unos determinados contextos de poder”. Vamos cómo se agita el nacionalismo en momentos de crisis, cómo se le utiliza para desviar la atención sobre actos de corrupción y la simple incapacidad de un gobierno para generar empleo y condiciones de vida dignas para la mayoría. El nacionalismo es el telón de fondo de esos discursos políticos, y esto, lamentablemente es tan cotidiano, que ya no lo vemos, lo hemos aceptado. 

Por eso es que me cuesta un poco, montarme en esa carroza de “amor a la Patria”, por eso es que no me considero nacionalista y sospecho de los discursos y actitudes nacionalistas. Tal vez porque pienso, como ya les dije que nacer en un lugar determinado es un azar, y que ese azar no debería darnos ni más, ni menos derechos. Que las fronteras las hemos inventado, y que todo ser humano tiene derecho a una vida digna, venga de donde venga. Prefiero pensar eso, que me hace mucho más sentido, que lo que los políticos me dicen que es la Patria. 

Y dicho esto, creo que escucharemos muchas sobre la excepcionalidad costarricense, en los próximos meses. Es posible que en los próximos doce meses tengamos un "subidón patriótico”, esto a propósito del Bicentenario de la Independencia. Y creo, que habrá que ponerle mucha, pero mucha atención, a los discursos que circularán los políticos, los medios de comunicación, las redes sociales… porque nos pueden ubicar en un lugar que nos haga olvidar, que en el momento más duro de la pandemia, preferimos salvar la economía que la vida de cientos de personas. 


*En el Instituto de Investigaciones en Educación, nos pidieron subir un pequeño video en el que hiciéramos una reflexión sobre nacionalismo y el Bicentenario de la Independencia. Este fue el guión que me armé para mi video. No estoy muy seguro si era lo que se esperaba que hiciera, pero fue lo que salió. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

43

La vida cambió, solo que de una forma que nadie podía haber previsto hace un año,  jamás imaginé (quién podría imaginarlo) que a estas alturas estaríamos en medio de una pandemia, con un panorama desolador. Y es que la pandemia ha sacado lo peor de nosotros, nuestra miseria más absoluta, nuestra estupidez, nuestro egoísmo, nuestra deshumanización. Este pudo haber sido el momento para pensar en colectivo, para intentar ser mejores. Pero dejamos escapar la oportunidad. 

Si cualquiera de nosotros hace un recuento de las tonterías que han dicho políticos, empresarios, y la gente común, no terminaría, y de seguro acabaría deprimido, ante el mar de idiotez. Nos ha tocado la pandemia con uno de los peores congresos que hayamos tenido (y eso es mucho decir, porque son pésimos, salvo honrosas excepciones), con los peores dirigentes en años, y con el micrófono amplificado para idiotas, cínicos y nihilistas. Es una tortura escuchar las noticias (los periodistas parecen ser ese tipo de personas con serios problemas en sus conexiones neuronales), o meterse a redes sociales. Lo evito. Pero el trabajo exige estar mínimamente informado, así que no queda otra que asumir la lectura de noticias como si se tratara de una rana disecada. Aunque es difícil mirar las cosas de lejos. Los medios de comunicación no la ponen fácil, se esfuerzan en ser cada vez más amarillistas y mezquinos. Y sumados a ellos, los políticos. Uno podría pensar que este no es el momento para aplicar todas esas políticas que nos venían empobreciendo, sino hacer algo diferente. Pero lo diferente parece no tener cabida, y se aprovecha el momento para aplicar la "doctrina del shock". Tienen la fuerza para hacerlo, llevan años construyendo un sentido común particular. Así nos irá. Luego, esos mismos se preguntarán - cuando las cosas se pongan mal -, cómo fue que llegamos hasta aquí, y lo único que se les ocurrirá es endurecer las medidas, hasta que todos nos cansemos. Sí, no estoy muy optimista. 

Ayer, sin mucho margen para el optimismo, cumplí 43 años. Así que tomé la decisión de desconectarme, y abrir las redes solo para comunicarme con la gente que quiso comunicarse conmigo. Fue una muy buena decisión, la pasé muy bien, aunque lejos del 99% de la gente que quiero. No me consuela que a la mayoría le haya ocurrido lo mismo este año en medio de esta extraña atmósfera pandémica. 

No sé qué se siente tener ya 43, y haber pasado (posiblemente hace rato) la mitad de mi vida. No sé si se debe sentir algo. Bueno ya dije que en estos días me siento profundamente pesimista, pero me refiero a algo más allá del momento concreto, me refiero a si se debería sentir algo tener 43 años. Tiendo a creer que no se siente nada, que uno simplemente va cumpliendo años. Que lo que sí se va sintiendo con los años, es lo que uno va dejando detrás: gente que uno quiso y que ya no está, y cada vez son más (y así será a menos de que uno pase a ser parte de la lista de los que ya no están). A veces quisiera soñar con esas personas, y hablarles, y abrazarles, y reírnos, como en los viejos tiempos de la inocencia, o como en los viejos tiempos en los que ya esa inocencia no existía. Sentir esa presencia nuevamente, aunque sea en sueños. Pero no me pasa. Es como si mi racionalidad se empeñara en imponer la dura realidad de la ausencia.

Y aunque suena a que hay un triunfo abrumador del pesimismo y la nostalgia en medio de esta maldita pandemia, no es así, celebré muy feliz mi cumpleaños 43, una celebración improvisada y diminuta con las únicas personas con las que tengo contacto, la pasamos bien, creo que nos hacía falta parar, tomarnos un vino y pensar en cualquier cosa, que para la realidad, el resto del año... 

viernes, 3 de julio de 2020

Días de Cuarentena *

Hace más de cien días que inició el estado de emergencia sanitaria, y quedarse en casa es lo más
sensato para evitar el crecimiento exponencial del contagio. Pero desgraciadamente este es un lujo que
no todo el mundo puede darse. Vivimos en una sociedad que es muy claramente desigual, y un amplio
sector de la población debe salir a ganarse la vida, aún a riesgo de perderla.

A estas alturas de la pandemia, nuestra sociedad ha quedado desnuda, de la mano del miedo han salido
a flote todos nuestros prejuicios, nuestro clasismo (cocinado a fuego lento desde hace mucho tiempo),
nuestro individualismo, nuestra estupidez. Algunos pensaban que tras la pandemia tendríamos un
mundo mejor, que esto era una oportunidad para ir a mejor, pero con el tiempo, nos hemos dado cuenta
que no, que todo lo contrario. Nuestras miserias quedan desnudas, la pandemia ha sacado lo peor de
nosotros, y diluidos en un falso debate, en una falsa dicotomía, esa, de “la economía o la vida”, nos
hemos desgastado. Somos incapaces (como sociedad) de ver algo muy sencillo, que la economía debe
estar al servicio de la vida, que la economía no es un fin en sí mismo. Pero nos negamos a pensar otras
formas de entender la economía, ha triunfado entender la economía como una “ciencia exacta”, como si
la economía no fuera política, eso nos han hecho creer, que es un asunto técnico, sin ideología. Y claro
que la economía es ideológica.

Es la economía de los piñeros que poco o nada les importa la vida de los trabajadores. Descubrimos lo
que era evidente y desde hace tiempo se denunciaba: condiciones de trabajo en semi esclavitud. Las
últimas semanas hemos privilegiado la economía, hubo apertura y el resultado es que el contagio
aumentó, que posiblemente se salga de control. “La economía o la vida”, nos dijeron, y esa forma de
plantear la cosa es ideológica. Cuando se extienda el contagio y sea comunitario, igual se va a afectar la
economía, porque no hay forma de que la economía salga, por sí sola avante. Y cuando llegue ese
momento, seguro nos dirán, nuevamente, que tenemos que salvar la economía, y vendrá la agenda de
recortes, y el típico “todos tenemos que socarnos la faja” y el “sector público es un gasto que hay que
recortar”, ¿Cuál será el costo? Con esto no quiero decir que no se debe atender la economía, porque no
atenderla nos llevaría igual al desastre. El problema que tenemos es que, y vuelvo a lo que decía, la
crisis ha sacado lo peor de nosotros, somos incapaces de ponernos de acuerdo, somos incapaces de
escuchar a los otros, y buscar consensos, nos resulta imposible salvar la economía atendiendo criterios
que eviten muertes. Y lo peor de todo es que cada vez se asume de forma más naturalizada un discurso
totalitario.

Cuando se declaró el estado de alerta sanitaria y nos mandaron a hacer teletrabajo y “Quedate en casa”
era la consigna, recuerdo que alguna gente dijo que era el momento de leer todo aquello que no
habíamos podido leer, ver todas las series pendientes, aprender idiomas, y no sé cuántas cosas más.
Obviamente nada de eso ocurrió, básicamente porque el trabajo se multiplicó, y se diluyeron los
horarios, el trabajo y lo doméstico se fusionó, que lo digan quienes tienen hijos. El encierro transformó
el tiempo, lo hizo líquido, quedamos ahogados en un mar de trabajo, con apenas contacto con otros.
Bueno, todo esto para decir que al principio intenté llevar un “diario de la pandemia” pero como ya habrán notado, soy un poco pesimista... la verdad, muy pesimista. No tenía muchas cosas positivas qué decir, de hecho escribí un par de cosas que me parecieron deprimentes. Así que decidí mejor no escribir, sino hacer playlist en Spotify, pensé que esa era la única forma de aportar algo a mis amigos que no fuera una versión pesimista de mí y del mundo. Así fue cómo durante 75 días les envié un playlist, “Días de cuarentena” les llamé. Cada día a las once  de la mañana un playlist estaba en redes, expresando diferentes estados de ánimo, en algunos casos abordando con la música situaciones políticas, o climáticas, esa fue mi manera de decir.

Este ejercicio de buscar música, investigar sobre grupos y cantantes, tendencias musicales, ritmos,
países y regiones, hizo que no me quedara tan aislado (muy fácil si uno vive sólo en una montaña y
estamos en medio de una pandemia), ocurrió que la gente empezó a escribirme sugiriendo música,
temas para los playlist, un par de amigas me enviaron sus playlist para que las compartiera (a esas les
llamé “Playlist de otros”), otras personas me dijeron que les había alegrado el día, o simplemente que
les ahorré el tener que buscar qué escuchar. Pero otras personas me dijeron que no podían seguirme el
ritmo, que era demasiada música, y sí, es cierto era demasiada música, en promedio cada playlist
duraba tres horas, a veces más, dependiendo del tema. Hace poco, una amiga me escribió en medio de
la noche diciendo que extraña los playlist, y luego conversamos más de una hora, creo que se sentía
sola. Pronto empezaron a circular apuestas de hasta dónde llegaría, de si duraría todo el estado de
emergencia sanitario, yo no lo tenía claro, pero cuando fui dimensionando que la cosa iba para largo me
empecé a preguntar cuándo iba a parar.

Cualquiera, llegado a este punto, podría preguntarse a qué hora hacía las playlist si he dicho que se
multiplicó el trabajo, y ahí está la cuestión, porque hacer las playlist en realidad no me llevaba mucho
tiempo, es un pasatiempo muy entretenido, algunas veces podía hacerlas en media hora, y entonces en
un solo día podía hacer hasta tres o cuatro, y conforme oía más música iba pensando en otras, y el
algoritmo me sugería otras canciones y grupos. Mientras salía en bicicleta a hacer ejercicio o sacaba al
perro a un vuelta, iba escuchando música, a veces antes de dormir, y siempre mientras trabajaba o
estudiaba. Tengo muchos hermanos y cuando inicié la U para poder concentrarme, tuve que aprender a
estudiar con música, era más sencillo aislar el sonido de la música que las voces de mis hermanos o el
televisor, así que me acostumbré a la música. Además, confieso que soy un músico frustrado, me
encanta la música pero no tengo ningún talento como para tocar algún instrumento.

Así que hacer los playlist no afectaba mayor cosa mi rutina laboral, de hecho la complementaba. Pero,
otra confesión, me obsesioné, y por eso fue que paré. Porque me estaba imponiendo cada vez cosas más
complicadas, empecé a investigar y profundizar en algunos temas, y hasta me estaban dando ganas de
contar algunas historias de canciones, o de los temas de las playlist, y eso sí que me iba a llevar mucho
más tiempo, y viene el fin de semestre, consecuentemente la carga de trabajo se multiplica. Porque
hubiera podido seguir hasta el día 200 de la cuarentena, me faltaron muchos temas, países, regiones y
ritmos por explorar y compartir. Descubrí que la música es un océano infinito, bueno, en realidad no lo
descubrí, lo dimensioné, que es diferente, y eso me hizo querer seguir navegándolo más y más.

En resumen, este ejercicio de hacer y compartir playlist durante 75 días evitó que desde este blog
intoxicara a mucha gente con mi pesimismo desbordado, pero también me salvó de mí mismo. Pero
diría que tal vez lo más importante, fue que me mantuvo en contacto con el mundo, que evitó que me
volviera un ermitaño. Me gusta pensar que fue la forma de acompañar a mis amigos y hacerles menos
pesado el confinamiento. 





* Escrito originalmente para el blog de Good Food, y se titula Cien días después, ahí mismo pueden acceder al playlist en Spotify con el mismo nombre.





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miércoles, 26 de febrero de 2020

Crónica de viaje: Lisboa

Lisboa, Portugal. Febrero 2020.

No es este el orden del viaje, pero creo que no importa mucho el orden cronológico, creo que en realidad no importa ningún tipo de orden.



Me habían recomendado varios lugares para que los visitara y los tenía señalados. Recién había llegado la tarde anterior y aún no me ubicaba espacialmente, así que simplemente salí a caminar, a buscar algo para el desayuno. El clima perfecto, un frío bastante llevadero con una chaqueta, sin necesidad de bufanda y gorro. La noche había sido larga tras caminar de bar en bar por el Barrio Alto (que merita un apunte). Ya para ese momento me parecía que Lisboa era una ciudad hermosa. Lamentablemente, eso sí, tomada por el virus del turismo (siendo yo mismo parte de ese virus, más bien plaga), que encarece y desplaza la vida de los habitantes, vaciando la ciudad convirtiéndola lentamente en un gran centro turístico. En todo caso, como decía salí a buscar comida por la mañana. Caminando casi sin rumbo, y sin querer me encontré con uno de los puntos señalados para visitar: la Fundación Saramago.

Subí las gradas llenas de frases del Nobel, en las paredes ediciones en todos los idiomas de los libros de Saramago, ¿cómo sería la traducción al polaco o al checo? Ha de ser difícil esa traducción, todas las traducciones al español fueron hechas por Pilar, la compañera de Saramago. En otras paredes había recortes de periódicos y fotos de la amplia y conocida participación política de Saramago en mitines del Partido Comunista Portugués. Al final, como siempre la tienda, llena de libros y también muy distintas traducciones. Algunos de los libros, no traducidos al español, en su versión original en portugués, ediciones lindísimas. Los precios accesibles, es decir, al mismo costo que en cualquier librería.

Antes de llegar a la tienda me encontré con esto:


"Se perfila una forma de entender el mundo definida por tres vectores muy claros: la neutralidad, el temor y la resignación" 

Y me acordé de la visita que Saramago hizo a Costa Rica en 2005 a propósito de la Feria del Libro de ese año. En aquella época ya estábamos en plena discusión del TLC, la carrera electoral ya se había abierto, y Arias, tras el más que cuestionable fallo de la Sala IV, ya era el candidato a la presidencia por el PLN y los poderes fácticos. El ensayo sobre la lucidez se había publicado el año anterior, y en Costa Rica, como no podía ser de otra forma, la novela fue interpretada en clave electoral – la única que tienen algunos sectores para interpretar esta “democracia nuestra” –, y los medios se preguntaban qué ocurriría si en las elecciones de 2006 pasara lo mismo que en la novela de Saramago, siendo que ya en las anteriores elecciones de 1998 y 2002, el abstencionismo había aumentado. Lo que llamaban el “desencanto con la política” se expresaba más bien en una especie de “hastío democrático” y se expresó en las urnas (emergencia del PAC) y también en no acudir a ellas. Claramente lo que ocurría era mucho más complejo que simplemente estar “desencantado”, como si la democracia hubiese perdido su atractivo, su "encanto", o como si nos hubiésemos liberado del hechizo mágico de la democracia. Los tertulianos y los medios hablaban de ese "desencanto" y se rasgaban las vestiduras, pero nunca profundizando en las causas verdaderas de la desafección a las elecciones.


Saramago inicia su Ensayo sobre la lucidez con una frase que parece casual, una coincidencia entre la lluvia y el día de las elecciones, pero que interpreto dice mucho más de lo que a simple vista parece: “Mal tiempo para votar, se quejó el presidente de la mesa electoral número catorce después de cerrar con violencia el paraguas empapado...”.



Aunque sea una simple descripción del clima en esa ciudad “cualquiera”, es un mal día para votar, no solo en el sentido meteorológico, también marca desde el inicio que el ejercer ese derecho (que tiene centralidad en el régimen democrático liberal) terminaría tan mal como empezó. Saramago relata un hecho insólito: “Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco”. Y por supuesto que se trata de un acto que resulta tan insólito como ficticio. Ante una situación como esta ¿qué hace el poder? En la novela de Saramago la opción fue repetir las elecciones ocho días después. El resultado fue similar. Incluso aumentaron los votos en blanco, provocando una crisis política, que se resuelve en la novela de la peor manera.

Desde mi punto de vista la discusión en torno a la cuestión electoral, como casi siempre, obviaba algo mucho más importante de la novela de Saramago, que cuando la elección se repitió, el resultado siguió siendo el mismo y los ciudadanos no daban muestra alguna de estar organizados simplemente ejercieron su derecho al voto en silencio. Las teorías de la conspiración desde el poder no se hicieron esperar, se buscaron culpables (hecho ficticio pero muy cercano  a la realidad), y la solución del partido de gobierno fue el estado de sitio, justificando la toma de medidas excepción, porque se traba de un "complot". Había que buscar un culpable, y si no existía había que inventarlo. Para mí, la cuestión de fondo está en algo que no se discutió en Costa Rica, pero que es central, y tiene que ver con nuestros derechos como ciudadanos: ¿qué pasa cuando la gente simplemente decide ejercer plenamente sus derechos? Que en el papel suenan muy bien, pero en la práctica el pleno ejercicio democrático de nuestros derechos (más allá del voto) suele chocar de frente con el poder y el capital.

En el Ensayo sobre la lucidez los ciudadanos decidieron, sin más, ejercer su derecho a acudir a las urnas y dejar en blanco las papeletas, no votar por ninguno de los candidatos que no los representaba. La crisis sobreviene porque el sistema no está diseñado para que los ciudadanos ejerzan plenamente sus derechos, eso no está contemplado, el sistema está diseñado para que se vote por uno o por otro, porque para eso son las opciones, nos gusten o no, aunque haya que votar por "el menos malo", por el mal menor. El resultado en esta novela, al plantear una encrucijada en la legitimidad del sistema que sostiene el andamiaje imaginario de la libertad capitalista (la “libertad de elegir”), hace caer la máscara democrática y deja ver la cara autoritaria del sistema, no hace falta ya disimular, el golpe es tal que no se sabe qué hacer, ¿cómo explicar que una amplia mayoría no quiere que nadie sea electo si total da lo mismo? ¿qué hace un gobernante con eso?

Y cabe pensar y preguntarse qué pasaría si con esa misma contundencia de no querer elegir a ninguno de los que se presentan en la elección también se exigieran otros derechos. O sea si se trascendiera lo electoral y asumiéramos de forma radical todos los derechos que en el papel como ciudadanos tenemos. La respuesta para mí es clara, este acto radical de ciudadanía equivaldría a un acto de la más pura rebeldía. Si como ciudadanos nos tomamos cabalmente la promesa democrática burguesa, realmente subvertíriamos el orden establecido, y se caería esta democracia de papel. Asumir de forma radical los derechos, creérselos y exigirlos es una seria amenaza para el sistema, porque el sistema no admite cuestionamientos, no admite que se ponga en duda su legitimidad. 

La "libertad de elección" termina siendo una ilusión, ya sabemos lo que ocurre cuando aparece tan solo una  tibia alternativa, resulta una "amenaza", toma la forma de "comunismo", ese enemigo tan temido y necesitado, da igual que no haya comunistas. Solo recodemos el memorando del miedo (2007), y la "amenaza comunista" del Frente Amplio (2014). Creemos ser libres, pero nuestra libertad la delimita el mercado, Pepsi o Coca-Cola, McDonald's o Burger King... pensamos que cuando acudimos al supermercado elegimos, pero en realidad hay todo una estructura comercial y publicitaria que nos empuja a consumir sin que realmente podamos tomar una elección racional. Se trata de una gran mentira, una gran ilusión, una estafa absoluta. Pensamos que podemos elegir la forma en que nos gobiernan, pero sólo podemos escoger cuál partido será más o menos conservador y neoliberal, ¿o acaso no fue eso la elección del 2018?. 

En el Foro Social de Sao Paulo en 2005, José Saramago se preguntaba "¿dónde está la democracia?", y decía, entre otras cosas, que los discursos políticos de la actualidad aún cuando no buscan mentir abiertamente, no dicen la verdad, porque manipulan y falsean. Saramago insistía en que no era un utopista, porque la utopía era un lugar que no existía, y esto significa en términos prácticos que alguien que necesita unas cuantas cosas está consciente de que no es posible alcanzar esas cosas que necesita viviendo de mitos, creencias y cosas que no tienen que ver con la razón. Por eso los embaucadores se hacen con el poder, específicamente con el dinero, no viven de la utopía. Paro Saramago utopía es una palabra vacía, que no significa nada y le da igual a los cientos de millones de personas que viven en la miseria. La palabra utopía se puede llenar con cualquier cosa, y por eso es necesario que la izquierda reinvente los conceptos. Las palabras no significan lo mismo de una época a otra. Las palabras no se puede resistir y son utilizadas a veces para decir cosas diametralmente opuestas a lo que significan. 



Y concretamente Saramago se refirió a la democracia. Decía que “... todo se discute en este mundo, pero hay una única cosa que no se discute. No se discute la democracia, la democracia está ahí, como si fuera una especie de santa de altar, de la que ya no se esperan milagros, pero que está ahí como referencia. Y se entiende que la democracia en que vivimos es una democracia secuestrada, condicionada, amputada, por que el poder del ciudadano, el poder de cada uno de nosotros, se limita, repito, se limita en la esfera política, a retirar a un gobierno que nos nos gusta y sustituirlo por otro que tal vez nos pueda llegar a gustar, nada más. Pero las grandes decisiones son tomadas en una esfera distinta, y todos sabemos cuál es. Las grandes organizaciones financieras internacionales, el FMI, la OMC, el BM, ODCE. Todos... ninguno de esos organismos es democrático, y por tanto ¿cómo es que podemos seguir hablando de democracia si aquellos que efectivamente gobiernan el mundo no son elegidos democráticamente por el pueblo? ¿quién escoge a los representantes de los países en esas organizaciones? ¿Sus respectivos pueblos? ¡No! ¿Dónde está entonces la democracia?”.

Al preguntarse Saramago dónde está la democracia, es obvio que no se refiere a un lugar concreto, tampoco a una especie de “pérdida” de la democracia, es un simple señalamiento de que eso que llaman democracia no lo es, ni siquiera en su forma liberal más elemental. Para llegar concretamente a la pregunta de dónde está la democracia ha hecho toda una reflexión sobre quienes son los que toman las decisiones y quién los eligió (los poderosos), "dónde está la democracia" remite precisamente a su ausencia. Lo que Saramago entonces denuncia es que esa palabra es vacía, o como mínimo pervertida.

Hay que recordar que estas palabras de Saramago fueron pronunciadas en 2005, antes de que la crisis financiera se hiciera global, y quedara en evidencia que la democracia occidental no era suficiente para resolver los temas de las grandes mayorías, y que más bien, mantenía a una minoría, además corrupta, en el poder, y que ese modelo de democracia fuera cuestionado de forma más sistemática. No habíamos visto aún las imágenes de la policía apaleando a la gente que protestaba en las plazas, no habíamos asistido al obsceno rescate de la banca estadounidense. Corren malos días para votar, para el ejercicio de esa democracia liberal, corren tiempos complicados para el sostenimiento de este régimen político, porque la crisis financiera lleva intrínseca la crisis del régimen político también, y esa crisis tiene el germen del fascismo (ejemplos lamentablemente sobran: Trump, Bolsonaro, Orbán, Vox en España, y un largo etcétera). 

Lo que está en el fondo es la disputa por lo económico, o como decía Marx en el Manifiesto, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, de lo que se trata es del dominio de clase. Por eso es que los derechos ciudadanos tienen un límite, y ese límite es “la billetera” de la clase dominante. Cuando se tocan sus intereses, es decir, cuando se toca la propiedad (entendida como los medios de producción), desaparecen los derechos. La sola amenaza es motivo de suspensión de las garantías sociales, la novela de Saramago lo aborda brillantemente, tan sólo se tocó la legitimidad política del sistema, ni siquiera se llegó a poner en cuestión la propiedad. 

Si han llegado a este punto, ya se habrán dado cuenta que la crónica de viaje se perdió en el camino, posiblemente porque de eso se tratan los viajes, de pensar que uno tiene una ruta, de pensar que uno  va a llegar a un lugar, pero que en la realidad llega a otro. Y en realidad no había un sitio imaginado al que llegar, porque Lisboa, aunque me había dicho que era una ciudad hermosa no la había imaginado, no busqué fotos, no busqué mapas, pregunté por sitios a los que ir, y simplemente me dejé sorprender, y claro descubrí muchos sitios, llegué a muchos lugares... pero tuve tiempo para pensar mientras caminaba, para imaginar. Ya habrá tiempo para seguir con la crónica de viaje, mientras, pues llegamos a otro lado.





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