“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

miércoles, 25 de marzo de 2015

El punto ciego de la pena

Hay días como los de ayer: larguísimos y cansados. Camino a Güápiles ayer hubo varias cortes, y un choque, así que llegamos tarde a clases en el Recinto. Como la Ley de Murphy es infalible la presentación que llevaba no abría, y cuando pedí otra cumpu, ya la maldita presentación abrió. Así funciona. La clase afortunadamente no estuvo mal, las chicas habían hecho los deberes y la participación en el aula aportó. La vuelta fue igual. Cortes en la carretera por arreglos en la Ruta 32 que hicieron que el regreso dilatara un poco más de lo debido. Una vez en San Pedro, a comer, el almuerzo lamentable. De vuelta a la casa, leer un poco, dormir un rato, y a clases de la maestría, afortunadamente la Facultad está ahora muy cerca, la tarde hermosa y mi reproductor de música siempre con inteligencia propia hace el resto. Las clases estuvieron bien, todos ponen su parte. Pero a las 7:45 de la noche ya estaba destruido y con hambre, exhausto.

Pero como La noche no es una ciencia exacta, Jorge Drexler me borró el cansancio apenas salió al escenario, descuadró el protocolo rígido y absurdo del Melico, los pasillos se inundaron de baile y movimiento. Simpático y en total armonía con el público se acabó la pena, llegamos a ese punto ciego en el que la pena no nos tocó, se quedó afuera. Y claramente el mundo siguió siendo lo que es: caos, conflicto, desquilibirio, y tras más de dos horas de concierto volvimos a la realidad, eso sí, mejores, contentos, y con la música dándonos vuelta en la cabeza tras Bailar en la cueva.

La noche se acabó en el Lobo Estepario matando el hambre, y con Drexler tomándose una birra en el bar. El intento de la foto típica del grupi falló de forma estrepitosa y ridícula buscando la foto perfecta (que en mi caso es imposible), lo que denota que ni siquiera aspirante a paparazzi.

Queda ahora para la memoria que por segunda vez vi a Jorge Drexler dando un maravilloso recital, y que cada vez que uno lo ve Todo se transforma, pasan cosas.

Una cosa curiosa, uno lleva una cámara y automáticamente todo el mundo asume que uno es fotógrafo, no fue nada difícil mezclarme entre la prensa y sacar algunas fotos, luego Drexler al descuadrar el teatro e invitar a todo el mundo a bailar facilitó las cosas para tomar fotos sin que los "guardianes" del teatro pudieran hacer nada para impedir las decenas de fotos que hice. Las comparto.