“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

sábado, 7 de junio de 2014

Italia 90

Con este apunte me pongo en modo futbolero (como muchos otros). Aunque este año debo reconocer que el mundial no me entusiasma tanto como otras veces, ni siquiera porque la "sele" logró clasificarse. La principal razón es el despilfarro de recursos del gobierno brasileño (tiendo a ponerme del lado de la gente que protesta) y la infinita corrupción de la FIFA, que sólo debe estar un peldaño más abajo que la Iglesia Católica. Hay otro motivo, y es que además los horarios de los partidos serán en horas laborales, y claramente no los podré ver. Pero además está la maestría y el fin de semestre (semestre que ha sido violento). Pero en fin, entre obligaciones laborales y académicas intentaré comentar algo del mundial.

Pues bien, ayer fuimos a ver Italia 90 de Miguel Gomez, me encontré con mi querida amiga Marcia, que preguntó si semejante suceso (la película) ameritaría un apunte, le respondí que sí, y aquí está.

Lo primero que debo decir es que me gusta mucho el fútbol, bien jugado es una interesante mezcla de táctica, estrategia, esfuerzo físico, habilidad y creatividad, entre muchas otras cosas. Me gustan los planteamientos técnicos, me gusta cuando los entrenadores se vuelven estrategas y llevan el juego al nivel de la inteligencia. Me gusta que se juega con la cabeza. Me gusta el fútbol ofensivo, me gustan los equipos que quieren ganar. Me gustan esas historias heroicas de equipos pequeños que contra todos los pronósticos logran ganarle a un equipo poderoso, o cuando una derrota se convierte en una muestra gigante de dignidad. Me gusta que el fútbol a veces se torna impredecible.

Me gusta el fútbol porque desde pequeño me emocioné metiendo un gol, o botando uno muerto, porque muchas veces evité goles cantados, otras tantas por mi culpa perdimos un partido. Me gusta el fútbol porque cualquiera puede ser ese jugador imprescindible en un equipo, y ojo que digo cualquiera, pero no todos. Pero ese cualquiera siempre está en cualquier calle (o estaba ya no se juega en la calle), en cualquier potrero, cancha abierta, etc. He sentido esa emoción desde que me acuerdo, siempre quise ganar aún cuando no se podía, aún cuando el rival nos metía cinco y nos pasaba la bola por todo lado. Esos intelectuales que tanto odian el fútbol, en muchos casos nunca patearon una bola, nunca sintieron la adrenalina del partido, nunca sintieron los nervios de una final, nunca sintieron la responsabilidad del penal decisivo. Peor para ellos.

Odio a la FIFA, odio a los comerciantes del fútbol (que son muchos lamentablemente), odio a los dirigentes, odio a Cristiano Ronaldo que aunque es un jugador extraordinario a veces parece que la cabeza la tiene más en una pasarela que en la cancha, odio a los fanáticos que creen que la vida es el fútbol, odio a los entrenadores que les importa más no perder que ganar  y que hacen que el juego sea un aburrido cálculo, odio, en fin, que el fútbol sea un negocio y que eso mate lo más hermoso del este deporte que es el jugar para ganar, para dar espectáculo, para emocionar. Porque el fútbol para mí es eso, emoción.

Y esas emociones se vuelven recuerdos, significados ligados a nuestras vidas,es lo que lo hace memorable. Esos partidos épicos, emocionantes, son memoria colectiva, los compartimos, incluso se transmiten de generación en generación. Y es muy interesante que esa memoria colectiva tiene su particularidad, su individualidad.

Recuerdo ese famoso partido que Costa Rica en su debut mundialista jugó contra Escocia, tenía apenas 12 años, faltaban dos meses para que llegara a los 13. Pensábamos en mi casa que nos meterían al menos 3 goles. Creíamos que con que Costa Rica no jugara con los once en el área y diera un partido digno, estaría bien. Puedo recordar perfectamente la sensación de nerviosismo cuando inició el partido, cuando Costa Rica defendía bien y además atacaba, Gabelo de pronto parecía un porterazo con esos varios tapadones a quemarropa. Cuando Juan Cayasso metió el gol, en mi casa hubo silencio, mi papá preguntó incrédulo si había sido gol, mi hermano respondió que lo habían anulado. Cuando Cayasso se volvió a abrazar a sus compañeros, y sólo en ese momento, pudimos gritar el gol, cuando al fin pudimos dar crédito a lo que estábamos viendo. Lo demás fueron nervios. Y una alegría inesperada. La fiesta fue luego en las calles.

Contra Brasil la cosa fue mucho más comedida, y no hubo siquiera un tiro a marco de los nuestros. El consuelo fue no haber salido goleados. Para el último partido de la primera ronda contra Suecia, en mi casa ya no solo estábamos nosotros, mi papá invitó a unos amigos a almorzar y ver el partido, el optimismo nos inundaba, ocupábamos sólo un empate y los pronósticos de goleada en contra ya nadie se atrevía a enunciarlos. El resultado es conocido. Mi papá grabó en VHS el partido, ¡era un acontecimiento aquello! Vimos por mucho tiempo ese partido, y en cada gol de Costa Rica se pierde la imagen, celebramos cada gol a más no poder, tantos brincos que seguro el cable de la antena se zafaba. Lo de Checoslovaquia fue ya una ilusión.

Italia 90, fue un pésimo mundial, la participación de Costa Rica es lo que lo hace memorable para nosotros.

Viendo desde la butaca de un Cine Magaly vacío, recordé todas aquellas sensaciones, aquella alegría de mi entrada a la adolescencia, recordé la mezquindad de nuestros dirigentes, recordé la estupidez de los periodistas deportivos. Recordé además el inicio de una época tormentosa en mi familia, que se extendió por varios años. Volví a sentir muchas de esas cosas que se guardan en la piel, salieron a flote los miedos de la época y los vi pequeños, casi risibles. Me acordé que en aquella época me proyectaba muy distinto a lo soy ahora a los casi 37. Pensé luego, cómo pasa el tiempo, y luego... lo volví a pensar. Me reí. Disfruté mis recuerdos y mis sensaciones, disfruté la compañía, y hasta me sentí feliz compartiendo sensaciones, muy distintas, pero compartidas por ese fenómeno que fue la primera selección mundialista de Costa Rica.

De la película la verdad no tengo mucho que decir, salvo que está conectada a la emoción, y en eso es muy efectiva.

Lo último que tengo que decir es que lamento que esos carajillos que me dicen roco y algunas veces se burlan de mi edad, al verla no podrán sentir ese montón de cosas que evoca en nuestra generación, ¡salados! Así es la vida.