“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 22 de julio de 2013

Calentura

Mi relación con Centroamérica es muy extraña, y no porque sienta algún tipo de desprecio o me crea superior, tampoco me ubico en esa posición de decir que tolero a los nicas, salvadoreños, catrachos o chapines... detesto ese concepto de tolerancia, ya haré un apunte al respecto. El caso es que toda una vida, Centroamérica ha sido una incógnita, ahora menos que antes, posiblemente se ha debido a que mi familia es una familia promedio, es decir, con más o menos los mismos estereotipos producto de nuestro maravilloso sistema educativo, y sintiendo que somos una historia muy distinta a la del resto. No sé si me explico. Fuimos educados en esa extraña concepción de ser la Suiza Centroamericana, de creernos blanquitos (a pesar de que nuestra piel evidencia lo contrario), pero en nuestro caso (mis hermanos y yo) eso no se ha expresado en xenofobia, sí claro en algunos prejuicios y más que eso es un desconocimiento de nuestra historia como centroamericanos. Para decirlo de otra forma, somos ticos, pero no centroamericanos. En nuestro caso es todavía más extraño porque mi abuelo, Everardo Arévalo Padilla, era Salvadoreño. Lo que conozco de ese pequeñito país no proviene de historia familiares, ni nada, sino de mis viajes, ya más grande.

Ya grande, o sea, en la U volví a El Salvador a un encuentro de estudiantes, que se efectuó en la Universidad de El Salvador, con los compañeros de la AGEUS descubrí otro país, muy distinto al que visité en enero de 1992. Casi diez años después de la firma de los acuerdos de paz, las causas de la guerra seguían intactas. Me tocó ver junto a los estudiantes las enormes dificultades de la gente para apenas vivir, gobernados por esos trogloditas de la derecha Salvadoreña. 

Volví, varios años después en otra posición. Tuve el privilegio de hacer de Observador Internacional en la elecciones del año 2009. Y fue otra perspectiva, un momento único, impresionante ver el triunfo indiscutible de un pueblo, un triunfo que no pudieron robarle al Frente ni siquiera con el fraude tan descarado que perpetró la derecha. Si uno cree que el Tribunal Supremo de Elecciones en nuestro país es un títere del poder, en El Salvador el Tribunal Electoral es, sin ningún rubor, un aparato que sigue los designios de los empresarios, así descaradamente, ese era un Tribunal de Siglo XVIII, así para ser generoso. Los medios de comunicación son un descaro absoluto en cuanto a manipulación se refiere. Esa derecha en El Salvador no se ha enterado que se acabó la Guerra Fría, y parte de su himno reza: "El Salvador será la tumba de los comunistas...", y lo siguen cantando con el fervor de hace 40 años cuando perpetraban delitos que nos costaría imaginar, pero lo que sí es fácil de imaginar es que les encantaría seguir haciendo las cosas como antes.

En estos viajes me he ido acercando a Centroamérica, y me he sentido bastante más centroamericano que hace un tiempo.

El primer viaje a El Salvador fue por tierra, en el año 1992. Recién acababa la guerra, y las señas del conflicto armado estaban en cada calle, era impresionante. Me costaba mucho imaginar, a mis 14 años, que todo aquello pudiera ser posible. Recuerdo que un día almorzábamos en alguno de los restaurantes del Paseo Escalón. En celebración tiraron una bombeta, la gente en el restaurante se tiró bajo las mesas, y claramente yo no entendía lo que ocurría, ni porqué la bombeta ni menos aún la reacción de la gente, era una bombeta. Cuando me lo explicaron, dimensioné un poco lo ocurrido. Pero eso era lo menos. El drama de la gente, aquella miseria, y aquel país destruido me hicieron sentir muchas cosas, aún sin tener nada claro porque había pasado todo aquello. 

De camino a El Salvador, tuve contacto por primera vez con los militares. Y fue, no podía ser de otra forma, horrible. La frontera con Honduras es sencillamente de lo peor que hay, y los milicos hondureños sencillamente dan asco, y mucho miedo. Eso fue lo que sentí, mucho miedo, y por primera vez sentí la incapacidad y la fragilidad de la vida frente a esos desalmados, revestidos de una autoridad irrebatible, por lo menos en esas condiciones. Debo decir que no hubo nada particular, fue solo la prepotencia y esa mirada fría, sin alma. 

En todo caso, lo que quería contar, fue que esa vez que viajamos a El Salvador, de regreso mi hermano mayor se enfermó. Recuerdo que sentí mucha angustia porque estaba pálido y no paraba de vomitar, y como en aquellas épocas yo gozaba de una fe cristiana (inédita en estos días, yo más bien diría cosa de un pasado lejanísimo) cerré mis ojos y le pedí al Señor que lo curara, pero no sólo eso, sino que además pedía ser yo el portador de aquel mal. Pedido y concedido. El señor me trasladó el virus que atacó a mi hermano, pero claro, mi hermano siguió hecho una piltrafa, la diferencia es que ahora yo también. Debo confesar que no agradecí nada aquella estafa, si bien "era mi culpa por haberlo pedido", el trato, según yo, era que mi hermano se curara. Cuento esto lleno de algo de vergüenza, porque uno puede creer ese tipo de cosas cuando es un niño, pero a los 14, creo que debería dar un poquito de pena, a esas edades ya uno tiene algo de capacidad para comprender que cuando uno cuando viaja por Centroamérica normalmente se enferma. Y que no es un asunto de fe ni de castigos divinos, ni nada de esas cosas irracionales, sino de bacterias.

El caso es que como nos enfermamos ya de vuelta, la mayor parte de la enfermedad la viví ya en mi casa. La parte final estuvo bastante complicada porque sufría de unas calenturas bárbaras. Una noche, fue tanto que empecé a delirar. Ardía. Y salí, con el pelo hecho un desastre, los ojos medio cerrados, en chancletas, apenas podía caminar y decía incoherencias. Salí a buscar a mis papás. Llegué a la esquina y estaban ahí todos "los de la barra". Dije dos o tres incoherencias, que obviamente nadie entendió, todos se burlaron de las estupideces que dije, dije otras dos incoherencias, y entonces me mandaron al carajo. Mi hermano se encargó de llevarme a la casa. Justo en ese momento llegaban mis papás y sin entender muy bien qué pasaba me regañaron por haber salido de esa forma. Creo que nunca antes había delirado, y creo que nunca después, y si lo he hecho no me he dado cuenta (que grave, jejeje). 

Y bueno todo esto viene a cuento porque la semana pasada tuve un episodio de calentura como hace años no tenía. Una gripe con intenciones asesinas me atacó, el miércoles estuve con una fiebre terrible, me hice un cóctel de pastillas y pude dormir (ya tenía tres noches de no hacerlo), y empecé a soñar, curiosamente con estas cosas que les cuento en este apunte. Recordé, con muchos  más detalles que harían sencillamente imposible de leer en un apunte, mis viajes a El Salvador y aquel delirio a la vuelta. Me reí mucho recordando el episodio lleno de fe de la enfermedad, y claramente me acordé de mi hermano, que nunca se enteró que le salvé la vida a punta de oración. Que varas.