“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

sábado, 10 de noviembre de 2012

El absurdo de vivir, parte 2: El trabajo

"A usted que corre tras el éxito (...)
¿No le gustaría no ir mañana a trabajar
y no pedirle a nadie excusas, para jugar al juego
que mejor juega y que más le gusta...?
¿No le gustaría ser capaz de renunciar a todas sus pertenencias,
y ganar la libertad y el tiempo que pierde en defenderlas...? 
¿No le gustaría acaso, vencer la tentación
sucumbiendo de lleno en sus brazos...?"
Serrat

 
Luego de un par de semanas con el blog botado lo retomo, una vez que se acabó la tesis (por fin!!!) y sólo queda la graduación.

Continúo con este apunte sobre lo absurdo de vivir, esta vez con el apunte que debió ser el primero, pero que por razones no muy claras dentro de mi cabeza salió después.


Desde hace tiempo estoy convencido que nuestro estilo de vida es completamente absurdo. Vivimos para trabajar. La vida se nos va en el trabajo, y peor aún en el trabajo para Otro, que no es lo mismo que decir trabajo para los otros, para la colectividad. A producir, ese es el mandato. Pero ¿A producir para quién? ¿Para qué?

Voy a decir una obviedad. Vivimos en una sociedad en la prevalece el modo de producción capitalista.

La lógica del sistema en realidad es bastante simple, aunque sus formas y el entramado social y cultural que lo sostiene es bien complejo. ¿De qué se trata el capitalismo? Como ya había dicho en otro apunte, el capitalismo trata de algo bien sencillo: de acumular capital a partir de la producción de cosas, mercancías que llaman. Para que algo sea mercancía debe ser un objeto útil (valor de uso) que pueda ser intercambiable por otro objeto (valor de cambio). Ahora bien resulta que en la sociedad actual las cosas no se producen para ser útiles, sino para ser intercambiadas, para generar acumulación, y entonces eso ha derivado en que las cosas que consumimos hoy día, tengan una fecha de caducidad programada, con el simple objetivo de que tengamos que consumir un objeto similar en un periodo corto. Las compañías se encargan de hacernos creer luego que necesitamos ese nuevo objeto porque el anterior ya era obsoleto. Y así entramos en una esfera "infinita" de producción-consumo de cosas como si la naturaleza se regenerara a la misma velocidad. Estamos entonces atrapados en una esfera de consumo irracional que es la que precisamente provoca la destrucción de la naturaleza, esto a cambio de que los capitalistas (unos pocos, que son los dueños de las fábricas y de los bancos) acumulen riqueza. Este es el primer aspecto de esta espiral destructiva, el lado de la producción: la primacía del valor de cambio, ignorando el valor de uso, o lo que los economistas ("sabios gurús" de nuestro tiempo) llaman crecimiento económico, es decir, producir cada vez más (lo medimos año con año). Ya hemos escuchado que la economía decrece, y que eso produce desempleo, la desaceleración económica es por lo tanto mala, y para que haya aceleración económica debe haber consumo, sin consumo no hay producción sostenible para el capitalista. Recordemos que la motivación última del capitalista no es otra que la acumulación de capital.

Todo esto podría sonar a retórica trasnochada si no fuera porque esto tiene implicaciones directas en la subjetividad, y por extensión en la forma en que nos relacionamos. O sea, vivimos en una sociedad que produce mercancías, y en el que hemos establecido relaciones (de todo tipo, hasta afectivas) a través de la producción de objetos. Para decirlo de otra, nuestra sociedad está organizada bajo una serie de relaciones económicas que no son sólo económicas. Como ya se dijo, el modo de producción capitalista genera subjetividades, formas de relacionarnos que están marcadas por las relaciones económicas, es toda una lógica. Esta lógica de producción requiere de una legislación específica, y esa legislación se legitima socialmente, y subjetivamente, al punto que se naturaliza. Para que el sistema capitalista funcione, es necesaria una internalización de esa legalidad, o como la llamaría el programa de educación cívica: "cultura de la legalidad". Para eso existen una serie de mecanismos e instituciones, desde la familia, la iglesia, la escuela, los medios de comunicación. Y claramente lo que se busca es que este sistema se legitima socialmente, que no se cuestione, algo así como lo que Antonio Gramsci denominó hegemonía cultural.

El capitalismo ha logrado por tanto legalizar, y peor aún, naturalizar que los patrones (los dueños de la medios de producción) roben a diario el plus de valor que producen los trabajadores con su fuerza de trabajo. Ha logrado que nos sintamos culpables cuando reclamamos nuestros derechos: "no muerdas la mano que te da de comer", como si la mano que nos dan de comer no fueran otras que las nuestras.

A todo el mundo la parece natural ir a trabajar todo el día (o la noche), gastar varias horas de transporte de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa. Pongo dos ejemplos.


Mi vecina tiene 23 años, ella viaja cada mañana 2 horas hasta su centro de trabajo, eso quiere decir que si la hora de entrada es a las 8 a.m., debe salir del edificio a las 6 a.m., o sea que como mínimo se tuvo que haber levantado a las 5:15 a.m. para alistarse; a la vuelta la cosa no es más alentadora, si sale a las 5 p.m., y atravesando la ciudad nuevamente se le van unas dos horas, y a veces más. Llegará cansada, con ganas de comer y dormir; para, a la mañana siguiente, seguir con su rutina. Eso quiere decir, que esta chica cada día dura una media jornada de trabajo para llegar a su centro de trabajo. Ella estudió, se le acabará esta semana su contrato, y no sabe si encontrará trabajo pronto. Digo esto, porque habrá quien pueda plantearle "cambiar de trabajo", sí claro, si encuentra trabajo. Porque la "libertad para escoger el trabajo" en realidad es casi un mito, funciona para unos pocos, en el Reino de la Necesidad la cosa no funciona así de sencillo. Así que a la vecina no le quedó opción, viajar todos los días al otro lado de la ciudad, al menos por esta semana.

Los chavalos que trabajan en la construcción del frente empiezan su jornada laboral con los primeros rayos del sol, o sea, como a las 6 a.m., o quizá antes; eso quiere decir que si viven relativamente cerca, mínimo deben levantarse a las 4:30 a.m., o sea que a las 5 a.m. deber ir saliendo de su casa. Terminan su jornada laboral a las 6 p.m., más o menos, eso quiere decir que posiblemente lleguen a su casa tipo 7 p.m. Al día siguiente la misma rutina: todo el día volando pala, jalando blocks, bajo el sol o la lluvia, y aunque tiemble. No mencionemos los riesgos laborales en una construcción. Esos chavalos deben llegar a su casa sin ganas de nada. La paga no debe ser muy buena tampoco.

Podría seguir poniendo ejemplos de aquí al infinito de gente que se le va la vida completa en el trabajo. ¿qué sentido tiene esto? ¿No es les parece un total sinsentido que alguien trabaje 8 horas diarias más otras 4 horas transportándose a causa del trabajo? Doce horas en total invertidas en el trabajo, y eso que no estamos contemplando la hora de almuerzo, que normalmente se hace en el centro de trabajo o muy cerca.

Es decir, nuestra vida se nos va en el trabajo. Vivimos para trabajar, y no trabajamos para vivir. En un trabajo que produce objetos, ¡que son para otros! Más claramente ¡qué hacen ricos a unos pocos! ¿A qué hora vemos crecer a nuestros hijos? ¿A qué hora gozamos de la vida? Sumemos además que nuestro tiempo libre se nos va en actividades que también tienen que ver con el trabajo, solo que no pago, como ocurre a muchas mujeres que dedican su tiempo libre para limpiar, cocinar, lavar y otras labores domésticas. Jornadas dobles en el mejor de los casos.

Y nuestras actividades de ocio tampoco son muy gratificantes que digamos, son más bien alienantes, los fines de semana pasamos metidos en el Mall, en esta orgía de consumo para que el sistema funcione. El cuadro no puede ser más patético. Nos  pasamos todo el día produciendo valor para Otro, otro tanto transportándonos, para llegar a la casa a comer, si acaso ver y que nos pasen ordenando que debemos consumir (la publicidad no es más que eso), y consumimos cuando tenemos tiempo libre. Una locura.

Vivimos sometidos (voluntariamente, es lo peor) a un ritmo de vida que únicamente sirve para la producción de cosas. Un ritmo de vida que en realidad es un ritmo de producción. Nuestra vida está en función de la producción, nos hemos convertido en simples eslabones de esta absurda y destructiva espiral de producción-consumo, que en realidad es de destrucción de la vida humana y del planeta, en forma paralela.

¿Porqué nos cuesta tanto pensar en que las cosas podrían ser diferentes? ¿No deberíamos simplemente disfrutar de la vida? Es perfectamente posible hoy, con el desarrollo tecnológico, trabajar lo estrictamente necesario, y el resto dedicarlo a cosas realmente productivas, pero para el espíritu, para la convivencia, bajo otros parámetros. Produciendo, pero para los otros, para nosotros, no para Otro. ¿No le gustaría, acaso?

Pero simplemente nos horrorizamos cuando pensamos en otra forma de vivir, hasta nos sentimos culpables, y es más fácil aceptar que el mundo se pueda acabar que otra forma de vida, de organización social, de convivencia. Nos cuesta aceptar que esta forma de vivir simplemente no tiene sentido: es absurda.

Tomado del álbum de fotos de Facebook de LaErre.tv