“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

sábado, 30 de diciembre de 2023

Hasta sentir el temblor, en mis piernas

 En Las ruinas circulares todo es irreal. 
Borges.

Cuando ingresé a la carrera de Psicología, allá por 1995, mentía de forma descarada cuando me preguntaban por mis pasatiempos, solía decir que me gustaba mucho leer. Estoy seguro que no era necesario un polígrafo para detectar tan vil mentira, solo tenía que hablar un poquito para que me descubrieran. En mi defensa debo decir, que más que un intento de engañar a los demás y hacerme el interesante, era un intento desesperado por convencerme a mí mismo de que me gustaba la lectura. Decidí estudiar psicología desde que estaba en noveno año, así que cuando terminé el colegio fui a buscar el plan de estudios para darme una idea más concreta, por supuesto el nombre y siglas de los cursos no me dijo mucho. Lo que sí me sorprendió es que la "ficha de información profesiográfica" que entregaban en el Centro de Orientación Vocacional (COVO) decía que que psicología era una carrera en que se leía mucho. Así que me angustié un poco. Hoy dirían que me dio ansiedad, pero no fue eso, ni de cerca. Solo que por entonces yo no leía nada, empecé a convencerme de que me gustaba. De hecho ahorré algo de dinero y me fui a comprar un libro, La Odisea, obviamente no sabía por dónde empezar, y no supe a quién preguntarle. El caso es que tantas veces dije que leer era mi pasatiempo favorito que terminé creyéndomelo y me aficioné de verdad a la lectura. Fue ahí cuando empecé a comprar libros con el poco dinero que lograba ahorrar y con las pagas de trabajos ocasionales, o la beca. En 1996 hice horas estudiante en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, y acomodando libros descubrí un montón de joyas de la literatuta latinoamericana. Empecé entonces a tratar de recuperar el "tiempo perdido". Llegué casi a saberme el orden de los libros de esa biblioteca.

Mientras me iba construyendo mi biblioteca, fui descubriendo música. Fui ampliando considerablemente mis gustos, fue la época de la explosión del rock latinoamericano, de las mezclas exquisitas con ritmos tradicionales. Se me abrió el mundo de reprente entre la lectura y la música. Ya había aprendido a estudiar escuchando música, en mi casa éramos tantos que me resultaba imposible concentrarme, así que la música sirvió de aislante.  Así que música y literatura han ido de la mano desde entonces, hasta el día de hoy.

En algún momento de esa época me dio por pensar qué pasaría si uno recordara todo, absolutamente todo, y llegué a la conclusión de que si eso pasara uno estaría entonces obligado a contar un recuerdo tal y como ocurrió, con exactamente la misma duración, pensé que eso lo metería a uno en un bucle intenso e inútil. Me pareció que esa, sería una historia interesante de contar. Pero la decepción llegó poco tiempo después, cuando un día cualquiera cayó en mi manos Ficciones, y me di cuenta que ya en 1944, Jorge Luis Borges había pensado en un cuento de un tipo que lo recordaba todo: Funes el memorioso, y encima, era un cuento perfecto, como todos sus cuentos. "Me cago en Borges", pensé, "¡cómo es posible que en pocas palabras pueda decir tanto y de forma tan perfecta!". Obviamente, hasta ahí llegó la idea de contar, o escribir, el relato de un tipo que lo recordaba todo, ya no tenía sentido hacerlo.  

 A principios de este año (2023) en el curso de Psicología General hice referencia al cuento de Borges. Como debo preparar el programa del curso de este primer ciclo de 2024, volví a leer Funes el memorioso, y aleatoriamente leí otros cuentos. Por alguna razón que no tenía clara me detuve en Las ruinas circulares, menos clara fue la razón por la que hice una búsqueda en internet de ese cuento, porque me llevé una sorpresa. Resulta que el cuento de Borges sirvió de inspiración a Gustavo Cerati para escribir la letra de Cuando pase el temblor, canción de 1985 incluida en el álbum Nada personal, una de mis canciones favoritas en mi niñez, y por supuesto la introducción a Soda Stereo. Luego esta información la corroboré en un podcast musical, y en un estudio académico del semiólogo Raúl Barreiros titulado Temor y temblor (1999). Honestamente, nunca había hecho la conexión, ni siquiera cuando leí el cuento de Borges. Así que lo volví a leer, volví a escuchar la canción, y busqué el artículo del ya fallecido Barreiros. 

No voy a reproducir lo que ya dice Barreiros, solo voy a citar un pequeño fragmento en el que dice "Es imposible deducir el sentido del cuento Las ruinas circulares y su argumentación a partir de esta canción, pero si lo inverso, la transformación está presente, la materia toma siempre nuevas formas". Por que esta relación no es tan automática como pensé cuando supe de ella, es necesario hacer un ejercicio de abstracción, y Barreiros ayuda mucho a hacerlo. Escuchar nuevamente Cuando pase el temblor ahora es otra cosa, tiene otro sentido, y me cuestiono si alguna vez le había dado algún sentido. 

Todo esto para llegar de vuelta a aquel recuerdo de 1990 cuando entré tarde a mi clase de matemática y la profesora en su arenga decía: "¡esos homosexuales de Soda Stereo!", doce y trece años tendríamos. Hoy lo veo en retrospectiva, y lo que veo es una profunda homofobia y mucho odio, eso era lo que esta señora nos estaba enseñando. No nos estaba enseñando a pensar, ni ella ni el resto del profesorado, salvo honrosas excepciones. Lo que nos transmitían era una terrible ignorancia, una vagancia intelectual insultante, era disfrazar un falaz discurso de amor al "señor", en nombre de dios se hacen tantas barbaridades. No sé si muchas cosas habrían cambiado en nuestras vidas, en mi vida, si en lugar de condenar todo lo que les sonara diferente o amenazante, hubiésemos analizado lo que decían las músicas que nos gustaban, si nos hubieran planteado las preguntas adecuadas, si nos hubieran enseñado la maravillosa relación entre música y literatura. Si en vez de enseñarnos a ser buenos cristianos, nos hubiesen enseñado a ser buenos ciudadanos, nos hubiesen enseñado a pensar críticamente, si nos hubiesen estimulado realmente a leer, si nos hubiesen abierto el mundo en vez de cerrarlo y ver la amenaza de Satanás y el pecado en todo lado, en vez de llenarnos de culpas absurdas y ajenas. Tal vez, solo tal vez, no habría tenido que convencerme a mí mismo que leer era divertido y maravilloso, y me hubiera ahorrado muchos ridículos cada vez que abría la boca y se me notaban las pocas páginas que tenía encima. Pero tal vez, solo tal vez, la cosa es más compleja, y solo le echo la culpa a un puñado de evangélicos en la primera mitad de los noventa que no tenían idea de que había algo más allá de su obtusa enseñanza, porque le tenían mucho miedo al diablo, o tal vez, tan solo lo que tenían era miedo de sentir el temblor en sus piernas.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Señor, sálvanos del rock!!

 Era 1988, y yo estaba por cumplir los 11 años. Vestía una camisa de anchas rayas celestes y blancas, con un pantalón verde oscuro. Iba en los asientos traseros de un autobús escolar junto con la gente más grande del colegio, nos dirigíamos al concurso "Antorcha". Todo eran risas y bromas. Y de repente la conversación se tornó seria. Hugo, uno de los de quinto de secundaria, iba parado en las gradas de salida del bus, y pidió a quienes estábamos atrás, silencio. Luego reflexionó sobre la peligrosa puerta que se abría con un concierto de rock que se celebraría en nuestro país próximamente. Pidió una oración para detener el concierto y el resto a mi alrededor se unió. A mí aquello me pareció muy raro, pero no dije nada, no tenía cómo contestarles. 

Por supuesto el Señor no escuchó aquellas plegarias y el Concierto por los Derechos Humanos se realizó el 13 de setiembre de ese año 1988. El antiguo Estadio Nacional fue el escenario en el que actuaron  Bruce Springsteen & the E Street Band, Sting, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dour, junto a la costarricense Guadalupe Urbina. Este concierto fue organizado por Amnistía Internacional en  conmemoración de los 40 años de la declaración de Derechos Humanos. Por supuesto que hubo aluciones a la dictadura chilena. Según cuentan, parte de la gira incluía Santiago de Chile, pero el régimen militar del dictador Pinochet prohibió la realización del concierto, así que el “recital chileno” se realizó en el estadio Malvinas Argentina de Mendoza el 14 de octubre de 1988, y contó con las bandas chilenas Los Prisioneros e Inti Illimani y el grupo mendocino Mankama. Según los relatos miles de chilenos pudieron acudir a la cita. Es probable que algún otro "Hugo" (o tal vez el mismo), ante las fallidas las plegarias ticas, se sintió más complacido con lo implacable del dictador chileno. 

Yo no asistí al concierto en el Estadio Nacional, con los años lo he lamentado mucho, pero bueno tenía apenas 11 años. Lo que no lamenté nada fue no haberme unido a la oración antirockera, porque la verdad yo sí quería que se abriera esa puerta. Ya desde entonces me gustaba mucho la música. 

Este no fue el único episodio del conservadurismo rancio que viví en mis años escolares. Hubo bastantes más. Recuerdo otro, 1990, tenía apenas 12 años y estaba en primero de la secundaria. Llegué tarde, como casi siempre. Cuando entré la profe estaba haciendo una arenga anti Soda Stereo, índice levantado y tono de acusació  dijo: "¡esos homosexuales de Soda Stereo...!", yo recuerdo pensar "me gustan unos homosexuales". Ya en la tarde no importó cuando cantaba a todo galillo "... del aquel amor... de música ligera... nada nos libra... nada más queda...",  poco me importaba ya el tono profundamente homofóbico de la profesora. 

En otras ocasiones, nos juntaban a todos los estudiantes del nivel, en una materia que se llamaba "capilla". Ahí nos decían cosas como que Pink Floyd o Queen eran satánicos. Y claro, el viejo truco de "poner el disco al revés" para denotar adoración a satán o el incentivo al consumo de drogas. Según nos advertían, escuchar esa música tenía una influencia oculta, mensajes subliminales que calarían en nuestro insconsciente hasta llevarnos a la perdición. Un rídiculo absoluto. 

En junio de 1992 la policía irrumpió en el Cráneo Metal, un concierto de metal que se estaba realizando en La Fosforera. Aquello desató todo un debate que tomó unos tintes moralistas muy feos. Recuerdo que a raíz de la intervención policial los medios de comunicación empezaron a "satanizar" ya no solo al metal, sino a la juventud como tal. Andar pelo largo y camisetas negras era muy sospechoso. Sospechoso de cualquier cosa. Y se organizó toda una cruzada contra "los satánicos". No sé porqué en aquellos momentos me acorde de Hugo. 

El debate público que se armó fue lamentable. Yo estaba por cumplir los 15 años, y en Canal 4 se transmitía el programa En la Mira, que conducía Jorge Valverde. Como los estudios del canal quedaban a la vuelta de mi casa, fui junto con mis amigos del barrio a la grabación del programa en el que se debatió sobre el rock y el satanismo. Ahí estaba yo entre el público, claro, al lado de la gente de camisetas negras y  pelo largo. Entre las panelistas estaba mi profesora de artes plásticas, Leda Ortega, acusando de satanismo a los organizadores y a quienes nos gustaba el rock. Esta señora solía definirse como "bíblica", y decía cosas como que el rojo era satánico o que el negro no existía en la naturaleza. Al día siguiente dl programa, por supuesto, la profesora me llamó aparte en su clase y con cara de preocupación por mi alma perdida, me preguntó qué hacía con "esa gente", "son mis amigos" le respondí. 

Algunos años antes, Ortega se había encargado (no sé si solita ella o en conivencia con otros docentes) de hacerle la vida imposible a Diego. Esto pudo haber sido en el año 1987, o sea, estábamos en cuarto grado. Y cuando digo hacerle la vida imposible, era literal, acosaron a Diego hasta que lo trasladaron de escuela. El acoso no fue gratuito, Diego era fanático de Iron Maiden. Parece que según Ortega, Diego era una mala influencia para nosotros porque escuchaba rock satánico. Creo que no exagero si califico esto como un episodio de persecución por parte de una fanática religiosa a un niño de 10 años que le gustaba el rock. Una vergüenza total. Hace unos cuantos años me encontré a Diego en el AreaCity, y recordamos aquellos momentos.

Pero el origen de todo este ya largo apunte, es que hace poco me enteré de algo que me conectó directamente con lo que estoy contando. Resulta que Bruce Dickinson, cantante de Iron Maiden (pero además compositor, productor musical, esgrimista, empresario, escritor, historiador, locutor, presentador, guionista, catedrático universitario y piloto de aviación) en 1994 tenía su propia banda llamada Skunwords, y en medio de la Guerra de los Balcanes, decidió hacer un concierto en Sarajevo, para llamar la atención sobre las atrocidades que se estaban ahí viviendo. En muchos documentales y crónicas se cuenta que había un circuito de conciertos en la ciudad, y recordarán que ese mismo año se organizó un concurso de belleza, el famoso Miss Sarajevo ("Don´t let them kill us" rezaba la pancarta que las concursantes sostuvieron). Todo aquello buscaba no solo llamar la atención del resto del mundo sobre lo que ocurría, sino también intentaba hacer que hubiese algo de vida en medio del asedio. La presentación de Skunwords fue usada para crear el documental Scream For Me Sarajevo, estrenado en 2017. En un capítulo de su libro What Does This Button Do?, Dickinson también cuenta del concierto y lo que vio en Sarajevo durante aquel cerco a la ciudad de Sarajevo. Posteriormente Dickinson fue declarado ciudadano honorario de la ciudad. No voy a reproducir todo lo que dicen tanto el documental ni el libro, solo basta decir que ese concierto fue un evento épico en medio de una sangrienta guerra, Dickinson y el grupo se jugaron la vida en un momento en el que ahí no había garantías de nada. 

Leda Ortega y Hugo, protagonizan en mi vida, episodios que me resultan vergonzosos por su naturaleza profundamente reaccionaria. Con el tiempo aquellos eventos que he narrado, fueron tomando dimensiones muy importantes en mi historia de vida y en lo que pienso, es decir, me afianzaron en muchas de mis convicciones, aunque claro no del modo en que mis profesores y mi entorno escolar hubiese querido. Porque estos hechos me abrieron una grieta muy profunda con la religión, particularmente con la de los evangélicos. Y aunque tengo claro, que estas personas no representan a todos los evangélicos, sí son parte de una forma del evangelismo que es hegemónico. Al respecto me parece que hay contradicciones que son simplemente insalvables. ¿Cómo alguien puede hablar de amor al prójimo y oponerse a la vez a un concierto de rock por los derechos humanos? ¿era eso lo que pesnaba Hugo o estaba reproduciendo otras cosas que había escuchado en su casa, la iglesia o el colegio? A favor de Hugo habría que señalar que tienía 17 años, y no sé si ahora haría una oración similar. Pero Ortega ya era una adulta en aquel momento, y la pregunta es ¿Cómo una persona adulta que predica el amor puede acosar a un niño de 10 años porque le gusta el rock? ¿No estaba pensando en el daño que le podía causar a un niño de 10 años? ¿En serio creía que le iba a xpulsar al demonio, o que nos iba salvar a nosotros? 

Lo que tienen en común ambos casos, es que no importa el mensaje que transmiten los artistas, no les importa si hablan de la desigualdad, si denuncian la guerra, si piden que se acabe una brutal dictadura... o tal vez sí, y ese puede ser el fondo, porque esta gente es muy conservadora, no toleran lo diferente, y quieren que todos seamos como ellos. Y esos discusos de odio, desgraciadamente, no son parte de una anécdota de mi niñez y adolescencia.