“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 9 de abril de 2007

¿Qué querés ser cuando seas grande?

¿Qué querés ser cuando seas grande? Típica pregunta de la infancia. La primera vez que me la hicieron ya estaba en la escuela, o sea, podía tener 6 ó 7 años.


Cuando a uno le preguntan qué quiere ser de grande, lo confrontan de forma violenta con eso que llaman futuro, que para uno es futuro lejanísimo. Y no sólo lejanísimo, sino que inimaginable, primero que todo porque la noción del tiempo que uno tiene es sencillamente limitada, uno no se imagina de quince años, menos de veinte o treinta, es toda una vida lo que falta, además a los siete años ¡qué carajos le importa a uno!, todo pasa ahora, hay recuerdos pero no muchos, hay mañana, hay pasado mañana, está el viaje a cualquier lado dentro de dos meses (que por cierto es una eternidad), pero nada más. Menos existe la idea de que en este mundo uno tiene que “ser algo” para ganarse el pan, uno sabe que el papá o mamá (o alguien) trabaja y con eso se compran cosas, pero el mecanismo para obtener la plata y lo que cuesta es un misterio que no compete conocer a esas edades. Algunos desgraciadamente no llegan nunca a entenderlo, ni siquiera en toda una vida de trabajo.

Pero antes de que me hicieran esa fatídica pregunta por primera vez, en el kinder (El Principito se llamaba), un día de tantos, se organizó una de esas típicas excursiones a la estación de bomberos más cercana. Con impecable uniforme celeste, y mi lonchera de Superman en mano, con apenas cinco años estuve efectivamente ahi: la estación de bomberos más cercana. Y sí, al igual que el noventa y cinco por ciento de mis compañeros ¡quería ser un héroe, quería ser Bombero! Me acuerdo que en esa excursión hasta me tiré por el tubo, en ese momento también pensaba en Batman yendo hacia la Baticueva, pero la idea de ser bombero era más fuerte. Posiblemente esa fue la primera vez que “quise ser algo”. Como creo que le sucede a todo el mundo, mi primera profesión no me duró mucho, porque luego quise ser fabricante de muebles de mimbre como mi papá. Pero algún tiempo después, influenciado por cierto programa televisivo descubrí que quería ser otra cosa, y cuando me hicieron en la escuela la fatídica pregunta, no lo dudé, y respondí que quería ser abogado.

Mi ganas de ser abogado se truncaron aquella noche en que, con mi pijama azul de la Pantera Rosa y voz solemne, (como la de alguien que va a pronunciar una frase para su epitafio), lo anuncié a la familia. Con ese tono solemne se lo dije a mi papá, que se me quedó viendo con una mirada más paternal que solemne, y con tono entre serio y aguantando la risa, me dijo: “los abogados son un montón de ladrones”, la sentencia fue tan terrible, que mi única respuesta fue: “entonces yo no quiero ser abogado, porque yo no quiero ser ladrón”. Respuesta que fue tan sincera, que valió para que todos los presentes estallaran en una sola risa. Yo me reí también, arrastrado por la risa general, aunque no entendí porque todo el mundo se reía de algo tan terrible.

Pasaron varios meses y otras cosas más importantes (como las revistas de Kalimán, los transformers, el fútbol) me rondaban por la cabeza. A la mitad de mi vida, después de un periodo muy caótico, tomé la decisión de ser psicólogo, o por lo menos, de estudiar psicología, esto con la vana esperanza de entender(me) algo. No lo dudé ni un momento, como tampoco dudé mantenerlo en secreto, la experiencia me dictaba que era mejor no contárselo a mi papá, ni a nadie, no fuera que alguien me dijera que “todos los psicólogos están locos”, o alguna cosa por el estilo, y ahí terminaran nuevamente mis aspiraciones profesionales.

A la mitad de la vida supe que quería estudiar psicología. Hace unas horas una amiga me contó lo que no quería ser cuando fuera grande, eso desencadenó esta serie de recuerdos, y la pregunta “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, que me llevó a preguntarme: “¿qué diablos quería ser cuando estaba chico?”, noté que la pregunta se había invertido. Me eché una carcajada, que se cortó cuando de repente me acordé que casi he llegado a los treinta años, y entonces pensé: “¡puta, se supone que ya soy grande!”. La pregunta que necesariamente siguió fue: “si soy grande, ¿qué soy?”, la poca risa que me quedaba se esfumó cuando simplemente me respondí “no tengo ni la menor idea”.