“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 25 de marzo de 2024

"La oración Dios oyó y mandó esta grande bendición..."

Crecí en un hogar con valores cristianos, no evangélicos (no es lo mismo), aunque sí fui a un colegio evangélico. Ahí estuve desde 1984 hasta 1994 aprendiendo "... las ciencias estudiantes / juntamente los dichos del Señor ...", eso rezaba el himno del colegio, y luego agregaba: "Adelante con esos dos propósitos, / triunfaremos con ciencia y con amor". Obviamente el amor al que se refiere el himno, es el "amor al prójimo", no  el amor carnal, por supuesto. Este "amor al prójimo" vendría a ser uno de los pilares de la educación que se pretendía brindar al estudiantado. El otro pilar, la ciencia. Podemos inferir que no se trataba, al menos en aquellas épocas, de una institución negacionista, religiosa sí, pero reconociendo que la ciencia debía ser era uno de esos pilares en nuestra educación. Ya es otra discusión si en la práctica había de verdad una fuerte formación científica, aunque yo podría decir que no. 

La segunda estrofa del himno decía: "... y en tus aulas nos instruyen a un ambiente / de moral, más con lealtad, sin más pasión" (¡!). Un mandato superyoico. El himno se cantaba cada lunes, en cada acto cívico que terminaba con la oración de rigor. O sea, el acto cívico era en realidad un acto "cívico-religioso": Dios y Patria. El himno, en su última estrofa, contenía un juramento: "Hoy juremos dar prestigio / al colegio que el gran Dios nos dio. / La oración Dios oyó y mandó / esta grande bendición". Debíamos estar agradecidos y comprometidos con ese gran Dios que por allá de 1956 escuchó las oraciones, y nos dio un gran colegio. 

Toda la prédica que recibí durante esos diez años se basó en esa idea del amor, que insisto no era carnal, sí heteronormativa, muy heteronormativa (muy propia de la época es necesario decir). Esto llegaba a absurdos. No recuerdo si fue en 1991 en medio de las elecciones estudiantiles. En una de las "plazas públicas" uno de los grupos armó una especie de comparsa, iban con pelucas de colores. Esto fue considerado una falta, pararon la cosa, y sancionaron a los atrevidos que llevaban pelucas de colores. Seguro les pareció un acto contra la moral cristiana y las buenas costumbres. Una pena, la estábamos pasando muy bien.

En nuestro colegio era prohibido, sí prohibido, que nos tomáramos de las manos con nuestras parejas, más prohibido que nos besáramos, los bailes también proscritos (excepto si danzábamos para el señor, porque eso es diferente claro), existía todo un aparato represivo en caso de que nos descubrieran intercambiando fluidos bucales. Alguna vez suspendieron a una pareja que fue descubierta en pleno beso atrás de las aulas de sétimo año. Intentamos armar una pequeña protesta, y nos agrupamos en la entrada del edificio de secundaria, hasta que salió don Ruffers, el director, medía más de metro noventa con una voz gruesa que imponía autoridad, y miedo, mucho miedo. Ahí se acabó el conato de protesta. Pero yo creo que esta gente estaba más obsesionados con el sexo que nosotros mismos, que apenas estábamos descubriendo las potencialidades del "placer carnal". Y la verdad es que ese férreo control era inútil, porque igual siempre había espacio para explorarnos, obvio, "afuera" había vida, una vida que no podían controlar, aunque lo intentaran, y claro que lo intentaban, a punta de agigantar nuestro superyó, y con la siempre inestimable colaboración parental, que en algunos casos podía llegar a ser hasta más estricta que el mismo colegio, sobre todo en esas familias que estaban en sintonía religiosa con "la bendición que el gran Dios nos dio". Y otra obviedad, cero educación sexual, sí "educación para el hogar". 

Desde pequeño a mí se me hacía un corto circuito esa particular prédica del amor, porque la hallaba algo contradictoria. En parte, porque mi papá siempre me dijo que nosotros éramos otra cosa, o sea, no éramos evangélicos, entonces nunca me sentí parte de todo aquello. Y había algo, insisto, que no me cuadraba del todo. En mi cabeza se había formado una especie de pureza religiosa, y no porque yo fuera muy religioso o aspirara a ser un cristiano ejemplar, no, estaba lejos de serlo, yo no buscaba esa pureza, la buscaba en los otros, pero contradictoriamente, entre más cerca estuviera alguien de esa "pureza" más me repugnaba. Porque pasaba que quienes más se acercaban a esa "pureza" imaginaria que se había dibujado en mi cabeza, eran los que predicaban el "amor al prójimo", y eran esos precisamente los guardianes de la moral, y tenían un comportamiento casi policial, eran capaces de delatar al resto ante cualquier "falta", eran capataces de sí mismos y de los otros. Su amor al prójimo consistía en censurar al resto, a no soportar el deseo de los otros, en resumen en imponernos sus concepciones morales. No entendía cómo se podía vivir así. Esto reñía con otras cosa que siempre me dijo mi papá: "nunca delatar a nadie", "no ser un sapo", y siempre defenderse. Seguro tenía que ver con nuestro origen de clase, con nuestro barrio. Ahora, tampoco es que mi papá me lo puso muy fácil. Pero a principios de los noventa sus contradicciones salían por todo lado, pero no me voy a adentrar en rollos edípicos, solo voy a decir eso, que todas sus contradicciones salieron a flote. Esa era la ensalada mental de mi adolescencia, contra lo que me rebelaba, contra lo que peleaba, aún sin tenerlo muy claro. Es con los años que he logrado entenderlo, y seguramente resignificarlo.

Pero, dicho todo esto, lo que en realidad quería decir es que cuando veo a algunos "cristianos" transfigurados en políticos, se me activan todas esas viejas alarmas, esa primitiva repugnancia. Porque me resulta muy complicado oírles hablar de "amor al prójimo", a la vez que defienden como si fueran un derecho las terapias de conversión, como si hubiera que "curar" a homosexuales, trágico además es que haya psicólogos que se presten para esto. Pero es que además mienten, descaradamente, cuando dicen que con la prohibición de la terapias de conversión se les quiere cerrar las iglesias, o prohibir que den servicios de salud metal a la población. Mienten y manipulan, eso no me parece muy cristiano. Tampoco me parece muy cristiano, que el partido evangélico interponga decenas de mociones a un proyecto que prohibirá la explotación de petróleo en nuestro país, una industria contaminante. No sé qué clase de cristianismo es ese que pone encima el benecifio mercantil sobre el cuido de la naturaleza, y por tanto de las personas. Me suena un poco retorcida esa concepción de cristianismo. Y me hace recordar todos esos lunes en que el acto cívico terminaba con una de aquellas moralejas en que nos decían cómo Jesús echó a los mercaderes del tempo, o aquello de que es más fácil que un camello pase por el ojo de un aguja a que un rico entre en el reino de los cielos. 

Tampoco cuadra en mi cabeza, que estos autodeclarados cristianos, se rodeen de personajes que reinvidican dictaduras, que niegan genocidios, o que abiertamente llaman a vulnerar derechos de más de la mitad de la población. Pero bueno, seguramente es que yo tengo una concepción rara del cristianismo, contaminada por lecturas trasnochadas y la formación humanista de una Universidad Pública. Eso debe ser, soy yo el problema, y estos tipos, son la luz que nos guiarán hacia al amor eterno de ese gran Dios, que hasta un gran colegio nos dio. Amén.