“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 21 de enero de 2013

Jack y los hornos especiales...

Mi papá, desde que me acuerdo, se dedicó a fabricar muebles de mimbre. Él era el dueño del "taller" que en realidad era una pequeña fábrica, era un microempresario, hoy dirían que era un "emprendedor". Durante algún tiempo le fue muy bien, luego por circunstancias que no vienen al caso en este apunte, el negocio se vino abajo. Mi tío Héctor, que hacía unos años antes se había montado su propio "taller", digamos que se hizo cargo de los clientes de mi papá y continuó con el negocio.

Harán unos 20 años, cuando adolescente, que yo solía trabajar en las vacaciones  en el "taller" de mi tío. Recuerdo que se iba todo el día y me dejaba a mí a cargo. La mayoría de los trabajadores eran nicaragüenses, y muy choteadores, rápidamente me pusieron el "patroncito", el apodo se lo atribuyeron a "El Brujo", un nica tremendamente divertido, bien chispa, pero alcohólico, y después supe que depresivo. Lo supe cuando se tiró del puente y se mató.

El asunto es que mi tío solía ausentarse largas horas, sobre todo en aquellos momentos cercanos a que llegara el contenedor que se iría directo a Puerto Rico cargado de muebles de mimbre. Esos días la jornada era sencillamente eterna. Durante su ausencia, yo quedaba a cargo con la única autoridad de ser sobrino del patrón, que obviamente no era poca cosa. A pesar de eso El Brujo solía basurearme hasta el cansancio, y claro, yo me divertía mucho. Lo de "patroncito" no me salía muy bien que digamos, porque solía ponerme del lado de los trabajadores, me parecía horrible tener que trabajar tanto, y cuando mi tío me llevaba comida por la noche me daba mucha pena ver a los pobres trabajadores muertos de hambre y aún con mucho trabajo por delante, así que compartía a escondidas parte de mi comida.

Bueno, y para llegar al punto (podría contar muchas anécdotas de esos días, pero me desviaría más aún de lo que quiero contar), un día de esos en los que yo estaba de "patroncito" llegó una señora al "taller", muy bien vestida y en un carrazo. La señora traía unos muebles que le había comprado a mi papá hacía unos años, y quería que los limpiáramos. Le digo a la señora que con gusto, y le ayudamos a bajar los muebles. Acto seguido la señora me pregunta dónde tenemos los hornos especiales. Me quedé atónito, no supe qué decir. El Brujo la agarró en el aire, y le dijo que estaban en Tibás, que por la tarde serían transportados hacia allá y que en tres días estarían listos. Mi espíritu nunca ha sido un espíritu mercantil, los negocios simplemente no son lo mío. La señora creía que limpiar unos muebles requería de hornos y quien sabe qué cosas más. El Brujo por pura diversión simplemente le siguió el juego y cuando la señora se fue, estalló en una sonora carcajada, contó a los demás lo que pasó, y obviamente se burló de mí, y justo en ese momento me cayó el cuatro. Ya por la tarde me apresté al proceso especial de lavado de los muebles: una cubeta de agua y jabón en polvo, un cepillo de raíz y una manguera, el secado era al sol. Evidentemente mi tío le cobró a la señora, el lavado y secado en los hornos especiales de Tibás. Hay gente que le gusta que la estafen, y cree que las cosas más simples requieren de procesos complejos y llenos de tecnología, cuando en realidad requieren más bien de sentido común.

Todo esto lo cuento por algo que me pasó hoy. Desde hace varios días mi Ipod no funcionaba bien, para ser más exacto, la espiga de los audífonos no entraba en el "headset jack" (o sea el conector de los audífonos, hoy me di cuenta que se llamaba "jack"). Con la sensación de que sería estafado fue al centro de servicio Icon, iba como vaca al matadero, sabiendo que sería simplemente destuzado, estaba pues, preparado para lo peor.

Entré y un tipo muy educado (como debe ser en una tienda de Apple) me indica que el problema es el "jack" pero que lo pueden cambiar, yo le pregunto si no es muy caro, y me responde que no. Ese cabrón debía ser el gerente, se fue al segundo piso, antes me indicó dónde me harían la recepción del Ipod. Una vez en el mostrador, le expliqué a la muchacha que el Ipod tenía un problema en el "jack", ellá tomó el Ipod, lo vio, y me dijo: "muchacho esto no se puede remplazar", hice cara de espanto, ella se echó un risilla y acto seguido... sacó un clip... un clip!!!!!!... Y lo metió en el "jack"... atónito por lo que estaba viendo solté la carcajada. El problema era simplemente que el "jack" estaba asqueroso y se había formado una costra que no permitía que la espiga entrara. La muchacha, como si nada, me explicaba el origen del problema y me lo demostraba con las costras que caían sobre su blusa y el escritorio. Estuve a punto de besarla de la felicidad, aunque supuse que la muchacha también se hubiera desecho de mi impertinencia con la misma facilidad con la que solucionó el "problema" de mi Ipod, así que sólo lo pensé. 

Me fui con una sensación de alegría por el "gran ahorro", pensaba que me cobrarían unos cien dólares o que tendría que comprar un nuevo Ipod (por cierto que este tiene una historia particular, no fue precisamente que lo compré, pero ese es un enano de otro cuento). Todo el mundo sabe que lo relacionado con Apple es algo así como un abuso monetario, la marca vale lo que la corporación se le ocurra cobrar y lo que la gente esté dispuesta a pagar, bueno eso todo el mundo lo sabe excepto los amantes de Steve Jobs, que no son pocos, aunque creo que en realidad lo niegan.

Luego, cuando me acordé de la señora de los "hornos especiales" ya no me sentí tan alegre, me sentí como un idiota. Las cosas se solucionan a veces de la forma más sencilla, pero nos acostumbran a pagar por todo, y lo asumimos sin siquiera pensarlo, y por supuesto que uno no puede pretender que un servicio sea gratis, pero podría aspirar a la honestidad de la gente, como la de esa muchacha que simplemente sacó un clip y ya. Pero supongo que así es como funcionan las cosas, está validado socialmente que a uno le cobren por una ficción que uno mismo se cree: "hornos especiales", el cambio de un "jack", los ejemplos son miles. Todo es negocio, hasta nuestra ingenuidad, nuestra ignorancia. De hecho pensándolo bien ése es el negocio, y no otro.

jueves, 10 de enero de 2013

Teta buena... teta mala...

No se tratará este apunte sobre teoría Kleiniana, ni de las experiencias tempranas de un niño o una niña, sino más bien de la mojigatería y la doble moral del país más feliz del mundo.

En Plaza Lincoln, ese centro comercial inaugurado por la mismísima hija predilecta de la virgen, resulta prohibido (suponemos que por inmoral) que una mujer alimente a su hijo en público. Un error dijeron, culpa de la empresa de seguridad, más concretamente de la oficial. Ante la denuncia, la respuesta no pudo ser peor: ¡con nada se queda bien

Muy bien que haya salas de lactancia, es un derecho de las mujeres su existencia, como también es un derecho de las mujeres el alimentar a sus hijos donde quieran, porque total es eso, alimentar un bebé. Pero es que en realidad no se trata de los derechos de las mujeres, si no de vender más. Lo que pasó en Plaza Lincoln es una especie de lapsus. Tratan de mostrar una cara familiar, una cara en la que se pretende, se finge, que importa la gente, que importan las mujeres. Y a la primera se les salió lo reaccionario, lo profundamente machistas que son, se les salió el pudor moralista. No es casual esa mención al inicio de este apunte respecto de quién inauguró el centro comercial, he ahí una marca. Los de Plaza Lincoln aunque intenten mostrar una cara progresista, de avanzada en cuanto derechos, en realidad son unos retrógrados, unos hipócritas moralistas. Así de que nada les ha servido ser el "único centro comercial con salas de lactancia", porque como ya dije se les ha caído la careta, porque no se trata de un derecho, se trata de pudor, de moralismo, y claro, de vender.

Las reacciones en radio y en las redes sociales no han podido ser más hipócritas. Escuchaba en alguna emisora un día de éstos, a dos locutores que comentaban la situación. Entrevistan a la mujer afectada por la prohibición de "hacer eso" en público, y luego los locutores brindaron su brillante opinión. Él, dijo que le parecía muy que las mujeres tengan derecho a dar de mamar a sus hijos en lugares públicos porque es algo natural, pero acto seguido dijo, que debían "hacerlo con pudor, poniéndose un trapito..." (¡¡¡¡¡!!!!!). Ella, también opinó desde una posición "feminista" y dijo que habría igualdad cuando a los hombres se les dijera algo cuando orinan en la vía pública (¡¡¡¡¡!!!!!). Claramente ambas posiciones tremendamente moralistas.

El asunto es que efectivamente el dar de mamar a un bebé es absolutamente natural, lo que no es natural es esta sociedad patriarcal, esta sociedad hipócrita, moralista, con una herencia religiosa en la que el cuerpo es sinónimo de pecado y perdición, en la que las mujeres deben cubrir sus "partes púdicas". Tanto que  se critica desde occidente a los talibanes y su barbarie contra las mujeres, y no somos capaces de comprender que el alimentar a un bebé es un acto absolutamente natural, y que no debería despertar el morbo de nadie. El que los hombres seamos tan enfermos y no podamos ver una teta, un pezón sin excitarnos, no es responsabilidad de las mujeres, no se trata de un acto de provocación, no es un acto impúdico, es simplemente la alimentación de un bebé. Las religiones, especialmente la católica (siempre llena de hipocresía), hablan del acto de amor de una madre, pero lo condena cuando se hace públicamente, ya quisiera ver que una madre en plena misa simplemente descubra su pecho y dé de mamar a su hijo, ese acto de amor se convertiría en una afrenta.

La hipocresía social es tan grande que existen pecho malos, esos que dan de mamar a sus hijos en espacios públicos, pero existen pechos buenos, los que se exhiben en los carteles de la publicidad, los que convierten a la mujer en objetos sexuales y de consumo, esos que seducen y excitan, que empujan al consumo. Estos últimos son los que les gustan a los centros comerciales, esos espacios privados, capillas del consumo, que han devenido en espacios públicos, sustituyendo al barrio, a la comunidad, por esa orgía de consumo impersonal. Esa esfera de lo privado convertido en espacio público es de un autoritarismo abrumador, se reservan su derecho de admisión (recuerden que en Cartago los tatuados son indeseables), quieren imponer un modelo de persona, de familia, de comportamiento. Les interesa el consumidor, por eso es que a la hora de la verdad los derechos quedan reducidos a un cartelito sin sentido, porque efectivamente los derechos ahí no tienen sentido, lo que importa es su modelo de familia, de consumidor, todo está hecho para consumir, para que la gente se sienta "bien" mientras se aliena, se expropia a sí misma en el acto de consumo, y si se necesitan salas de lactancia para ello, pues se ponen salas de lactancia, para que las familias puedan seguir consumiendo sin que esas mujeres impúdicas interrumpan el sublime acto de comprar, nadie debe sentirse incómodo mientras consume.

Y sólo para redundar, el problema no es el acto de alimentar a un hijo, el problema es la hipocresía, es el patriarcado, es el moralismo religioso. Qué sociedad más enferma.