“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

jueves, 10 de enero de 2013

Teta buena... teta mala...

No se tratará este apunte sobre teoría Kleiniana, ni de las experiencias tempranas de un niño o una niña, sino más bien de la mojigatería y la doble moral del país más feliz del mundo.

En Plaza Lincoln, ese centro comercial inaugurado por la mismísima hija predilecta de la virgen, resulta prohibido (suponemos que por inmoral) que una mujer alimente a su hijo en público. Un error dijeron, culpa de la empresa de seguridad, más concretamente de la oficial. Ante la denuncia, la respuesta no pudo ser peor: ¡con nada se queda bien

Muy bien que haya salas de lactancia, es un derecho de las mujeres su existencia, como también es un derecho de las mujeres el alimentar a sus hijos donde quieran, porque total es eso, alimentar un bebé. Pero es que en realidad no se trata de los derechos de las mujeres, si no de vender más. Lo que pasó en Plaza Lincoln es una especie de lapsus. Tratan de mostrar una cara familiar, una cara en la que se pretende, se finge, que importa la gente, que importan las mujeres. Y a la primera se les salió lo reaccionario, lo profundamente machistas que son, se les salió el pudor moralista. No es casual esa mención al inicio de este apunte respecto de quién inauguró el centro comercial, he ahí una marca. Los de Plaza Lincoln aunque intenten mostrar una cara progresista, de avanzada en cuanto derechos, en realidad son unos retrógrados, unos hipócritas moralistas. Así de que nada les ha servido ser el "único centro comercial con salas de lactancia", porque como ya dije se les ha caído la careta, porque no se trata de un derecho, se trata de pudor, de moralismo, y claro, de vender.

Las reacciones en radio y en las redes sociales no han podido ser más hipócritas. Escuchaba en alguna emisora un día de éstos, a dos locutores que comentaban la situación. Entrevistan a la mujer afectada por la prohibición de "hacer eso" en público, y luego los locutores brindaron su brillante opinión. Él, dijo que le parecía muy que las mujeres tengan derecho a dar de mamar a sus hijos en lugares públicos porque es algo natural, pero acto seguido dijo, que debían "hacerlo con pudor, poniéndose un trapito..." (¡¡¡¡¡!!!!!). Ella, también opinó desde una posición "feminista" y dijo que habría igualdad cuando a los hombres se les dijera algo cuando orinan en la vía pública (¡¡¡¡¡!!!!!). Claramente ambas posiciones tremendamente moralistas.

El asunto es que efectivamente el dar de mamar a un bebé es absolutamente natural, lo que no es natural es esta sociedad patriarcal, esta sociedad hipócrita, moralista, con una herencia religiosa en la que el cuerpo es sinónimo de pecado y perdición, en la que las mujeres deben cubrir sus "partes púdicas". Tanto que  se critica desde occidente a los talibanes y su barbarie contra las mujeres, y no somos capaces de comprender que el alimentar a un bebé es un acto absolutamente natural, y que no debería despertar el morbo de nadie. El que los hombres seamos tan enfermos y no podamos ver una teta, un pezón sin excitarnos, no es responsabilidad de las mujeres, no se trata de un acto de provocación, no es un acto impúdico, es simplemente la alimentación de un bebé. Las religiones, especialmente la católica (siempre llena de hipocresía), hablan del acto de amor de una madre, pero lo condena cuando se hace públicamente, ya quisiera ver que una madre en plena misa simplemente descubra su pecho y dé de mamar a su hijo, ese acto de amor se convertiría en una afrenta.

La hipocresía social es tan grande que existen pecho malos, esos que dan de mamar a sus hijos en espacios públicos, pero existen pechos buenos, los que se exhiben en los carteles de la publicidad, los que convierten a la mujer en objetos sexuales y de consumo, esos que seducen y excitan, que empujan al consumo. Estos últimos son los que les gustan a los centros comerciales, esos espacios privados, capillas del consumo, que han devenido en espacios públicos, sustituyendo al barrio, a la comunidad, por esa orgía de consumo impersonal. Esa esfera de lo privado convertido en espacio público es de un autoritarismo abrumador, se reservan su derecho de admisión (recuerden que en Cartago los tatuados son indeseables), quieren imponer un modelo de persona, de familia, de comportamiento. Les interesa el consumidor, por eso es que a la hora de la verdad los derechos quedan reducidos a un cartelito sin sentido, porque efectivamente los derechos ahí no tienen sentido, lo que importa es su modelo de familia, de consumidor, todo está hecho para consumir, para que la gente se sienta "bien" mientras se aliena, se expropia a sí misma en el acto de consumo, y si se necesitan salas de lactancia para ello, pues se ponen salas de lactancia, para que las familias puedan seguir consumiendo sin que esas mujeres impúdicas interrumpan el sublime acto de comprar, nadie debe sentirse incómodo mientras consume.

Y sólo para redundar, el problema no es el acto de alimentar a un hijo, el problema es la hipocresía, es el patriarcado, es el moralismo religioso. Qué sociedad más enferma.