“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

domingo, 15 de mayo de 2016

La calculadora

Es lamentable pensar con la calculadora en la mano, sobre todo cuando se ejercen puestos de poder, porque no hay forma de que los números cuadren. Cuando los dirigentes sacan las calculadoras ya todo se jodió, porque eso quiere decir que están dispuestos a torcer sus propios principios, y claro también las voluntades de otros. La calculadora implica el chantaje, ceder también a chantajes, es venderse, perder autonomía, entregarse a los caprichos de grupos de poder (no siempre con agendas transparentes, a veces hasta corruptos); y lo que pasa es que quien saca la calculadora cree que así le van a cerrar las cuentas. Y la cosa es que aún así no cierran.

Claramente una cosa es tener que negociar y tener la capacidad (y la fuerza para hacerlo), y otra es esta mecánica perversa de tomar decisiones con la calculadora en mano. No es fácil gobernar un país, no es fácil dirigir instituciones complejas, como la UCR, por ejemplo. Es más difícil aún cuando el proyecto no es tan claro, o cuando el proyecto se construye alrededor de agendas que se contraponen, y se hacen promesas tratando de quedar bien con todos, menos aún cuando se asume un discurso de cambio con viejas prácticas. Es ahí cuando la calculadora sale, y empiezan las maniobras, y el pragmatismo se hace regla. Eso no me extraña, es típico de quienes buscan mantenerse en el poder a toda costa y perdieron el horizonte hace tiempo, bueno sí es que lo tuvieron.

Pongamos como ejemplo lo que hacemos en la Vicerrectoría de Acción Social, concretamente desde Trabajo Comunal Universitario (TCU). Nuestro trabajo consiste en promover procesos pedagógicos con estudiantes y docentes que tengan impactos en comunidades, o sea, procuramos que los estudiantes aprendan haciendo, pero no desde cualquier lugar ni desde cualquier hacer, porque la cosa no es hacer por hacer. Cuando el TCU fue creado en nuestra Universidad no fue pensado como un voluntariado o como mano de obra barata para empresas o instituciones, tampoco fue pensado desde el mesianismo. Fue pensado como proceso de construcción de conocimiento y de transformación social. Sé que hay algunos académicos que consideran que no estamos para transformaciones sino para generar capacidades ("no dar la caña sino enseñar a pescar" en el lenguaje neoliberal de moda), se resignaron, envejecieron, sacaron la calculadora.

A lo que voy es que nuestro trabajo más allá de los cálculos políticos de las autoridades de turno, nuestra misión es velar porque no se tuerzan algunos principios, porque no se pervierta ese proceso pedagógico que es el TCU. Lamentablemente en nuestra Universidad se torció, por falta de supervisión, por desidia, por facilismo, por razones ideológicas; y en algunas Unidades Académicas, además, se desprecia ese hacer. Ha ocurrido también, que las universidades privadas creen que el TCU es hacer cualquier cosa, literalmente lo que sea.

Nosotros no estamos para hacer cualquier cosa, porque podemos aportar mucho, hacer cualquier cosa es desperdiciar recursos muy valiosos, es desaprovechar una valiosa oportunidad para aprender y enseñar. El TCU debe, necesariamente, generar aportes transdisciplinarios, a partir de la construcción dialógica de conocimientos, comportamientos y prácticas que promuevan procesos colectivos orientados a la incidencia directa en el entorno socioambiental. Y en ese proceso esperamos que el aprendizaje sea en doble vía, o sea, la Universidad también debe aprender.

En cierta ocasión un docente de agronomía me espetó que yo no sabía cómo se hacía un injerto de maíz, y no sé qué cosas, y claro que tenía razón, no lo sabía y aún no lo sé. Yo le respondí que yo no tenía porqué saber eso, y que de todas formas la discusión no estaba ahí, si no en el cómo se interactuaba con la comunidad, desde qué lugar se hacía, y que desde ahí sí que teníamos mucho que decir, y que precisamente para eso estábamos, para colaborar en la orientación del trabajo comunitario, que no era nuestra política ubicarnos en el lugar de los expertos, sino en la de generar procesos de aprendizaje con estudiantes y comunidades, potenciar autonomía, construir sujetos sociales. Eso no gustó al profesor que se imaginaba el TCU como una práctica profesional. Nuestra postura tampoco ha gustado a otras Escuelas y Facultades, acostumbrados (en algunos casos) a hacer cualquier cosa, a creer el TCU como la práctica académica que no tienen, o "llevar la luz" a esas comunidades atrasadas, visión muy desarrollista por cierto. Esto es lo que hemos venido poniendo en cuestión, teniendo claro que en algunos sectores no se prepara a los estudiantes para el trabajo en comunidad, y bueno, para eso es que está la formación humanista de la U, esa es nuestra razón de ser como TCU, ese es nuestro aporte a la formación de profesionales.

Al parecer algunas Escuelas o Facultades se han molestado un poquito porque hacemos nuestro trabajo, pero eso es normal, y hasta esperable, ojalá expresaran su malestar públicamente, los invitaríamos a discutir, no nos da miedo el debate, lo estamos deseando. Pero sucede esos académicos no discuten, sino que se quejan arriba, donde se toman decisiones con la calculadora y donde se tuercen los procesos académicos. Pero también eso es normal, y lo esperamos de las autoridades. Lo realmente jodido es cuando la calculadora se instala en el cerebro de otras personas, y justifican ese cálculo, por ejemplo culpándonos por hacer nuestro trabajo. Lo lamentable es que no son pocos, y que a ellos no les cierran las cuentas, porque, claro, no son sus cuentas.