“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

martes, 15 de enero de 2019

15 de enero

¿Quién se acuerda que hacía hace exactamente dos años? Yo sí. Fui a jugar fútbol como cualquier lunes, regresé a la casa, me bañé, y antes de acostarme me puse a leer Capitalismo Canalla de César Rendueles, esa noche leí medio libro antes de irme a acostar, caí profundamente dormido. Mientras hacía eso que haría un lunes cualquiera, mi hermana moría, agonizaba, no la salvaron quienes pudieron hacerlo. De las tres personas que estaban ahí esa noche, dos no se han dignado a darnos una explicación, y de hecho una de ellas simplemente se borró del mapa.

Recuerdo esa noche con todo detalle. Recuerdo las decenas de llamadas en la madrugada, recuerdo cuando contesté el teléfono y escuché lo que hubiera deseado jamás escuchar. Y no había absolutamente nada que yo pudiera hacer, cuando me dormí no sabía que Prisci estaba muriendo, no tenia cómo saberlo, se suponía que celebraríamos una vida y no que lloraríamos una muerte.

He soñado y pensado en millones de formas de cambiar las cosas, de salvarla. Daría lo que fuera porque estuviera viva, pero es muy jodido tener que aceptar que las cosas pasaron como pasaron, que no hay vuelta atrás. Es muy duro quedar quebrado por la muerte. Es cierto que de a pocos uno se va recuperando, es cierto que uno aprende a vivir con el dolor, que uno se acostumbra al dolor. A lo que uno nunca se acostumbra es a la ausencia. De vez en cuando me descubro esperando a Prisci, o queriendo contarle algo, o simplemente compartirle una canción, a veces me ha parecido verla en San José o en san Pedro, muchas veces en casa de mis papás siento que entrará en cualquier momento. Son dos años en los que no he dejado de extrañarla y de llorarla, y aunque a veces no se note o quiera disimularlo, ando triste, ya nunca más seré el mismo, la falta queda ahí, el vacío simplemente no tiene fondo.

Dos años se dice fácil, pero han sido los dos años más duros de mi vida, y eso que como familia la hemos visto de cuadritos.

Dos años son toda una vida, literalmente, los de Sabi. Será siempre muy jodido cada 15 de enero, será este sentimiento tan contradictorio entre el dolor de la muerte y la alegría de tener a la enana.