Y llegué a los cuarenta. Se dice fácil, y bueno lo es, tampoco es complicado. De hecho me gusta ser de ahora en adelante un cuarentón, siempre me ha gustado cumplir años, y cambiar de década me parece algo emocionante, aunque claro si uno se pone a pensar sobre esto, lo que hay en realidad es un eterno y efímero presente, solo que el simbolismo de la vuelta al sol lo hace especial, tal vez es nuestra manía de medir, de contar.
Contar el tiempo me parece de lo peor que hemos hecho, porque además tiene que ver en gran parte (sobre todo en nuestra sociedad) con la obsesión de la producción, y por supuesto con la obsesión por acumular. Contamos el tiempo como si fuera oro, "el tiempo es oro", "time is money", y se nos va la vida en el dinero y las cosas. Llegado a los cuarenta me gustaría parar, me gustaría que el tiempo fuera diferente (el tiempo, y los tiempos), quisiera que el ritmo de la vida fuera muy otro, incluso que la vida fuera distinta. Y ojo que me gusta la vida que he vivido, aún con los errores que he cometido, aún con la tristeza tan profunda que he sentido. En todo caso, ya saben, desde hace tiempo me obsesiona esto del tiempo: me obsesiona no tener el tiempo para la cosas importantes, o no sacar el tiempo para al cosas importantes.
Llego a los cuarenta físicamente mejor que a los treinta, me siento mucho mejor. Y quisiera pensar que llego completo, pero no. Hoy, como todos los días recuerdo a Prisci, recuerdo que me acompañó treinta cumpleaños, que cuando éramos chicos yo la invitaba a comer los 11 de agosto, que siempre estaba, y hoy no. Así que tengo una mezcla muy agridulce de sentimientos. La extraño mucho. Y eso, justamente, me hace pensar en el tiempo y lo realmente importante.
“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró
Ignacio Martín-Baró
viernes, 11 de agosto de 2017
sábado, 1 de julio de 2017
1 de julio...
Hoy es 1 de julio, y deberíamos estar celebrando, hoy era (o es, no sé, tampoco sé si ahora somos 6 ó 5) el cumpleaños de Prisci, hoy debían ser 31 años. Es obvio que esto me entristece mucho.
Han pasado cinco meses y medio y sigo sin dar crédito a lo sucedido (que por cierto aún no sé muy bien qué fue lo sucedido, es decir no sé, no sabemos, los detalles), sólo sé el resultado, pero sigo negándome a creerlo. Sigo pensando que Prisci me llamará, en casa de mis papás sigo esperándola, sigo creyendo que me la encontraré en cualquier lado... sigo deseando que esté viva, no quiero creer que murió, me niego, aunque vi su cuerpo frío y pálido, aunque la enterramos. No sé cuánto tiempo más seguiré sintiéndome de esta forma. No quiero olvidar su voz, ni su mirada, ni nada, no hay día que no la piense, que no la escuche en mi cabeza, que no la llore. Quiero que se vaya el dolor, pero sé que me va a acompañar el resto de mi vida, que me tengo que a costumbrar.
Hoy deberíamos haber celebrado un cumpleaños, no llorarlo. Quisiera poder celebrar su vida, pero hoy el dolor no me deja, no nos deja, tal vez en algún momento podamos, pero hoy no. Hoy se me cierra la garganta en un nudo, y el pecho es un inmenso vacío que siento me tragará. Es 1 de julio, su cumpleaños 31, y recuerdo con toda nitidez la primera que la vi, la primera vez que la cargué, su primer cumpleaños, sus primeros pasos... y quiero no olvidarlo.
Todos los días me pregunto si habrá algo después de la muerte, si Prisci estará en algún lugar, esperándonos. Quisiera pensar que sí, que me reuniré con ella, que le diré cuánto la extrañé, que la abrazaré otra vez. Mientras, creo que lo que toca, es abrazarla en mi memoria, tenerla siempre conmigo, recordarla siempre.
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Han pasado cinco meses y medio y sigo sin dar crédito a lo sucedido (que por cierto aún no sé muy bien qué fue lo sucedido, es decir no sé, no sabemos, los detalles), sólo sé el resultado, pero sigo negándome a creerlo. Sigo pensando que Prisci me llamará, en casa de mis papás sigo esperándola, sigo creyendo que me la encontraré en cualquier lado... sigo deseando que esté viva, no quiero creer que murió, me niego, aunque vi su cuerpo frío y pálido, aunque la enterramos. No sé cuánto tiempo más seguiré sintiéndome de esta forma. No quiero olvidar su voz, ni su mirada, ni nada, no hay día que no la piense, que no la escuche en mi cabeza, que no la llore. Quiero que se vaya el dolor, pero sé que me va a acompañar el resto de mi vida, que me tengo que a costumbrar.
Hoy deberíamos haber celebrado un cumpleaños, no llorarlo. Quisiera poder celebrar su vida, pero hoy el dolor no me deja, no nos deja, tal vez en algún momento podamos, pero hoy no. Hoy se me cierra la garganta en un nudo, y el pecho es un inmenso vacío que siento me tragará. Es 1 de julio, su cumpleaños 31, y recuerdo con toda nitidez la primera que la vi, la primera vez que la cargué, su primer cumpleaños, sus primeros pasos... y quiero no olvidarlo.
Todos los días me pregunto si habrá algo después de la muerte, si Prisci estará en algún lugar, esperándonos. Quisiera pensar que sí, que me reuniré con ella, que le diré cuánto la extrañé, que la abrazaré otra vez. Mientras, creo que lo que toca, es abrazarla en mi memoria, tenerla siempre conmigo, recordarla siempre.
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