“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

domingo, 11 de marzo de 2012

El dinero y el cereal

Les dejo acá un nuevo aporte del compañero Diego Zárate.

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El dinero y el cereal

No quiero relatarles mi historia sin antes desahogarme. Las palabras son el único espacio que me queda, aunque nadie quiera leerlas, siguen presentes para mi, no me abandonan y me permiten respirar. Qué conjunción más hermosa de sonidos son las palabras, nadie se detiene a contemplar y apreciar lo deleitoso de su ejecución. Las palabras salen de nuestras gargantas y nos acarician desde adentro: brotan, emergen con fuerza desde el interior de nosotros mismos y se colocan en los oídos de los demás y cobran un sentido mágico para ellos. ¡Qué maravilloso fenómeno! Si la ejecución de las palabras es un placer indescriptible, comunicarse con los otros es un fenómeno que no puede
ser concebido por otro ser que no sea humano. La palabra es un puente que une todas las distancias y que conecta los más caudalosos ríos de la imaginación y la fantasía con la vida cotidiana de las personas.

Pero qué pobres somos en mi patria natal. Hace poco un decreto nos obliga a no comunicarnos mediante palabras, puede parecer absurdo y hasta ridículo, pero es cierto. La justificación para tal acto de brutalidad (porque solo así puede denominarse semejante ley) fue la eficiencia. Pensar en las palabras adecuadas para expresarnos requiere de mucho tiempo, mientras que los precios son un
mecanismo más eficaz para comunicarnos, así, cuando queremos algo de alguien u ocupamos de la ayuda de otra persona basta con depositar unas cuantas monedas en las vertablas y con seleccionar entre el menú de opciones.

Como dije al inicio, puede parecer ridículo, pero así funciona mi país natal. Algunos lo defienden hasta con anéctodas y la historia que les quiero relatar, es una de ellas. Caminaba un hombre por las calles de mi país, vestía como todos los demás y su rostro mostraba una seguridad y una firmeza envidiables. En su mano derecha llevaba un billete de alta denominación y en la otra llevaba una
caja de cereal. Yo lo vi y me acerqué a él y le dirigí un saludo (en aquel momento yo creí que se podía saludar). Él me miró e inmediatamente se arrojó a mis pies y comenzó a suplicarme que le ayudara. Yo, un tanto sorprendido, lo tomé de las manos, lo levanté y asiéndole la cabeza le pedí que se calmara, le dije que le ayudaría y nos dirigimos a un parque. Tomamos asiento y el comenzó a decir.

- Usted no sabe cómo me siento, camino desde hace mas de diez horas sin sentido por las calles de esta ciudad. No conozco a nadie y usted es la primera persona que me dirige la palabra: hasta hace veinte minutos todos mis intentos por comunicarme fueron infructuosos, todos a mi alrededor hablaban un idioma totalmente desconocido para mí, pero voy a ir paso por paso, es que me siento
como un intruso, como un parásito heterótrofo, cuando uno es un “invitado” siempre sale sobrando.

Me decían de niño que es mejor ser deseado que sobrado; un invitado siempre es alguien de quien se puede prescindir y desde que murieron mis padres me convertí en un invitado; me quedé sin hogar. Mis familiares me tendieron su amistad, atenta y cumplida, el tiempo que duró el luto, pasado ese lapso fui recibido con risas fingidas, con una amabilidad débil; con una cordialidad fría
y cortante. Al cabo de unos meses me convertí en una carga de la que todos se querían deshacer.

-Yo no soy de aquí, yo nací en el norte y me vine con mi familia cuando era pequeño, mi hermana menor no había nacido. Pese a haber crecido aquí nunca hice amistad con nadie, sus modales gruesos y destiempados me irritaban, así que decidí estar solo. Viví con mis padres hasta que ellos murieron, luego me mudé a la casa de mi hermana y después deambulé por las casas de familiares
más lejanos, siempre con la consciencia de que era un “invitado”. Luego opté por vivir solo, pero la soledad me aterró desde el primer momento que entré en la casa: un calor tropical atrapado por cuatro muros de cemento y un techo de zinc me abrazó el rostro y me mareó. Por la noche tuve miedo. Primero experimenté una ansiedad despiadada; mordisqueé mi alacena como una
cucaracha, encendí todos los artefactos electrónicos que poseía, busqué una excusa para llamar a alguien, al final no pude contenerme y me oculté en mi cama como una rata en su madriguera.

-Sentí taquicardia, pesadez en el estómago con vértigo y un doloroso cansancio mental y visual. Cerré los ojos y el cansancio se fue. Mis tímpanos, como excitados, comenzaron a indagar uno a uno, los sonidos a mi alrededor. Descubrí con terror que el silencio acontece únicamente en la soledad de la ciudad. Quise masturbarme para que me diera sueño, pero no fue así. Me tranquilicé por unos minutos y volvió el silencio.

-Me limpié, me vestí y salí a la calle, pero estaba como rociada de veneno, cientos de perros y ratas muertos yacían sin vida en las aceras y carreteras. Nadie caminaba ni prendía una luz, todas las puertas estaban cerradas y una bruma cortante y helada peinaba la ciudad, entonces vi a mis padres,
jorobados y débiles como antes de morir, caminando hacia mi. Quise correr a ellos, pero al dar el primer paso comencé a caer.

Di un brinco en la cama y me desperté. Me vestí y me acerqué a la ventana. Estuve mirando sin ver hasta que amaneció. Al día siguiente me mudé a la casa del único amigo que esperaba tener: era un hombrecillo gordo y sonriente que lucía su bigotillo con orgullo y vanidad. Yo le presté dinero en una ocasión y por eso nos conocíamos. Siempre fue un hombre de familia, comprometido y
responsable, su hija enfermó y él no tenía dinero para medicamentos; me dijo y yo le ofrecí una tasa de interés que él no podía despreciar, aceptó e hicimos el trato: le pedí una prenda como seguro y puso su casa como respaldo para la deuda. Lamentablemente ya estaba atrazado con los pagos de la deuda cuando su hija empeoró y murió. Volví a prestarle para el sepelio, pero esta vez tuve que
cobrarle una tasa de interés más alta. Perdió la casa en un año y yo decidí alquilársela barata para compensar la pérdida. A primera hora me dirigí a la casa de mi amigo, le pedí desayuno y hospedaje con la promesa de no cobrarle el alquiler mientras yo estuviera ahí: me recibió sonriente y amable, mis familiares no me querían, ni yo a ellos. Creí que al fin había dado con un hogar pero no fue así.

-Poco a poco comencé a sentir que nuestra amistad se debilitaba como un árbol sin raíces; su esposa constantemente hablaba de mi cuando yo dormía o estaba en el baño; mi amigo se reunía con sus otros amigos y no me invitaba, así que tenía que quedarme en la casa escuchado a la esposa quejarse de la vida: culpaba y maldecía su suerte de día y de noche y por las noches rezaba al pie de
la cama implorándole misericordia y piedad a la virgen de los ángeles.

-Hoy por la mañana estábamos solos ella y yo, su marido había salido al trabajo. Ella me solicitó amablemente pero sin esconder un intempestivo malestar, que fuera al centro por una compras. Tomé el dinero y salí con la convicción de que abusaban de mi amistad.. Caminé por las calles, siempre vacías y solitarias hasta el lugar que ella me indicó. Podría usted imaginar la sorpresa que me llevé al descubrir que el vendedor y todos los habitantes de esta ciudad hablan un idioma que yo desconozco. Puede sonar arrogante, pero yo hablo, no con la refinación y elegancia que me gustaría, los más bellos idiomas de Europa y algunos de Asia; por eso no logro entender por qué nunca había escuchado los fonemas que estas personas emiten: parecen chicharras gritándole al sol. Por más que intenté comunicarme con ellos, no lo logré. Hasta ese momento comencé a determinar a quienes me rodeaban. No vestían como yo, antes los despreciaba por su bajeza, ahora los miraba sin saber qué pensar, son tan extraños, como anacrónicos y maleducados. Volví sobre mis pasos siguiendo los puntos cardinales, intentaba llegar a la casa de mi amigo, pero no la encontré. El error no es acostumbrado en mi, pero este era justificable, así que no me asusté. Regresé nuevamente sobre mis pasos para volver a ubicarme pero descubrí que por esas calles nunca antes había caminado. Pensé con resignación que al menos tenía las monedas que las esposa de mi amigo me había dado, pero al buscarlas precipitadamente me horririzó no encontrar nada. Hice memoria y
llegué a la conclusión que en mi afán por comunicarme las había puesto sobre el mostrador: me sentí derrotado, no tenía dinero ni identificación. Tampoco sabía dónde estaba y no conocía el idioma: mi única herramienta era mi personalidad dominante y carismática. Con eso pretendía recobrar la vida que había perdido, decidí volver al norte a buscar nuevos conocidos y viejos familiares. Prentendía olvidar todo lo viejo y hacer una vida nueva hasta que me enteré de la nueva
ley del dinero que comenzaba a regir desde hoy: es una maravilla que ya no sean necesarias las palabras, ahora puedo vivir aquí sin ninguna dificultad. En cuanto a la casa de mi amigo, que se la deje, no me importa, si pudiera la vendería pero por ahora no puedo demostrar que es mía, porque no sé quién soy y no les voy a dar el gusto de aprender su idioma viejo. Precisamente para esto es que le pido ayuda.

Lo miré con desconfianza y repliqué:

-No entiendo nada de lo que quiere decir, usted habla un idioma que nunca antes había escuchado. De todas maneras le digo que hablar está prohibido, si nos descubren nos quitan dinero. Tenga más precaución. No se si me está entendiendo, pero le hago un favor al alejarme de usted.

Me levanté y me volví para marcharme, pero el me tomó de las manos.

-No entiendo por qué dice usted que hablo otro idioma si yo le entiendo perfectamente y creo que uso las mismas palabras que usted. De todas maneras lo único que quiero es que me ayude a elegir un cereal. Como podrá ver, ya tengo dinero y gracias a la nueva ley no tengo necesidad de aprender el idioma de los otros, pero resulta que ahora no sé qué quiero. Creí sentir hambre, pero al llegar al supermercado no supe qué comprar, he estado desde el medio día (son las seis de la tarde) frente al mostrador de cereales sin decidirme por uno, como no entiendo el idioma, no entiendo tampoco la publicidad ni los anuncios comerciales, entonces no sé cuál es el mejor cereal. Tomé este al azar y lo que quiero es que usted me diga si es bueno o no. Estoy dispuesto a pagarle lo que pida.

Me solté las manos haciendo fuerza y me alejé de ese triste y pálido hombre. Espero no volver a verlo nunca más.

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