“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 28 de octubre de 2013

Apunte Azteca

México D.F.*

Odio volar.  Así de sencillo. Claro que me emociona encontrarme con los compas y la gente que quiero, obviamente me gusta conocer otros lugares, otras culturas. Supongo que es el precio que hay que pagar. Tampoco es que entre en pánico o haga escenas, simplemente me produce una particular intranquilidad que hace que lo odie.

En los aviones modernos, o sea los de hoy día, las medidas de seguridad para cados de accidentes proyectan en un video. Se entiende que además de informar a los pasajeros, se debe transmitir calma, y obviamente, seguridad. Pero cuando se anuncian las medidas en caso de "despressurización" se indica lo que debemos hacer con las mascarillas, el video muestra a una mujer muy sonriente, como si en caso de emergencia alguien pudiera reírse de esa forma. Tampoco me resulta tranquilizante, mejor dicho, no me ayuda nada, la tecnología de punta y las cámaras que nos hacen "estar más cerca de la cabina" y nos muestran el despegue y el aterrizaje. Lo peor es que no puedo dejar de mirar. 

Y como si no fuera suficiente mi odio a los vuelos, una grabación con tono amable y tranquilizador anuncia que entraremos en zona de turbulencias.  Por supuesto que ni el tono, ni el anuncio, ni nada que no sea estar en tierra va a hacer que esté tranquilo. Insisto en que tampoco soy uno de esos pasajeros terribles, mi intranquilidad me la reservo para mí mismo, y bueno, para quienes frencuentan estos apuntes.

Dejando de lado lo desagradable que me resulta volar, debo decir que me agrada Interjet. Precios razonables, buena atención. Pero lo que más me gusta es que al ingresar al avión no hay que soportar la cara de naipe, ni las miradas de desprecio de la gente que vuela en primera clase, y eso es porque no hay primera clase. Además, y esto es lo mejor, no hay que soportar ninguna película estúpida gringa... proyectaron La Pantera Rosa. Agrego otra cosa, la revista esa que uno se encuentra en la malla del asiento de adelante, no está llena de pendejadas - aunque claro que las tiene -, es interesante, me encontré una entrevista a Juan Villoro, se agradece. No todo es un martirio, la vista desde el avión es espectacular, sobre al atardecer.  Reconozco varios lugares y ne doy cuenta que ya me ubico relativamente bien en esta ciudad enorme.

Bueno es encontrarse con Checho, esta es la segunda vez que nos vemos este año, lindo este país infinito.  Tan lleno de todo, con cosas que pueden parecer imposibles.

Apenas llegando hago entrega de todos los encargos, y últimamente hago algo que antes no hacía: avisar que llegué sano y salvo.

A comer a La Bota, muero de hambre y no más nos instalamos aparece María, politóloga y que visita a una amiga. Me pregunto cuáles son las posibilidades de encontrarse a alguien en una ciudad de más de veinte millones de personas, no sé pero ha ocurrido. Somos una plaga. Sellamos el encuentro con vino y poniéndonos al día.

Iniciamos el domingo con un desayuno, de esos que en Costa Rica no hago. Al salir a comprar pan mucha gente camina al Zócalo, miles, hay mitin de López Obrador contra reforma energética y ka privatización del petróleo. Aunque son miles y miles el Zócalo no alcanza a llenarse. Nosotros terminamos de desayunar y nos alistamos para ir al mercado de La Merced.

Este mercado es el más grande que he visto, creo que el mejo calificativo es enorme.  Ahí se consigue de todo, literalmente de todo, y es bastante barato.  Posiblemente Johnny Araya compra en este mercado. Por los angostos pasillos caminan cientos de personas con todo tipo de cargas, a veces hay que caminar en fila india y la fila simplemente no avanza porque en los cruces de pasillos la gente se queda pegada. Miles de olores, miles de productos, miles de semillas y plantas, cientos de trabajadores y trabajadoras. Es posible escuchar metal en un uno de los pasillos y en el otro cumbia, y en el que sigue al Príncipe de la canción, y así por cada uno de los pasillos. Curiosamente no escuché reggaetón.

De ahí nos fuimos al Monumento de la Revolución.  Justo ahí está el plantón de la maestros contra la reforma educativa. Un complejo campamento de miles de docentes. Hay comidas, ventas de material educativo, actos culturales.  En el centro de acopio dejamos lo comprado en el mercado. Las historias de la represión del 13 de setiembre son escalofriantes, los vídeos y las fotos parecen de película. Los niveles de autoritarismo del PRI son otro nivel.  Estando en este lugar, no dejo de pensar en lo fácil que debe ser para el gobierno infiltrar a sus agentes, y claramente ya hay algunos identificados por el movimiento. Dicen que el gobierno del PRI ha vuelto a activar a los "porros", matones a sueldo, no-personas, la representación de la deshumanización, y es que con flujo de capitales y en una ciudad con decenas de millones de personas, una vida no debe importarle mucho al poder.

Subimos al mirador del monumento desde ahí se ve gran parte de la ciudad, impresionante. La noche se cierra en casa con una sopa de champiñones.

Hoy de camino a Puebla al Congreso Latinoamericano de Estudios del Discurso. Mañana entraré en acción.


*Este es el primer apunte escrito enteramente desde el teléfono, bienvenida la tecnología.

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