“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

viernes, 9 de agosto de 2013

Fetichismo (parte 2): La Mercancía

En el apunte anterior hacía referencia a un libro Paul-Laurent Assoun sobre el Fetichismo, y reflexionaba en torno a la romería del fin de semana, y de cómo, aunque los católicos lo niegan, todo su rito de peregrinación y cumplimiento de promesas es un acto de fetichismo tal y como lo describió De Brosses. Fetichismo, cuando no idolatría. Algunas de las reacciones al apunte me han parecido algo simpáticas, porque las personas que me han escrito dicen que son creyentes a su manera. Eso me han dicho varios amigos y amigas para marcar distancia con el rito idolátrico oficial de la Iglesia Católica.

Pero digamos que esto del fetichismo se trata de hacer como si las cosas tuvieran propiedades o poderes que no tienen, eso es lo que ocurre en muchas de las personas que hicieron la romería y que profesan devoción a "La Negrita".

Ahora, intentaré explicar el renuevo que Marx le dio al fetichismo, para llegar a cómo estas formas del fetichismo se sintetizaron de forma notable en la romería. Para ello haré una breve disertación sobre eso que Marx llamó el fetichismo de la mercancía, y que a mi juicio es central para comprender la constitución de la subjetividad en estos tiempos que corren.

Marx en El Capital parte del análisis de la forma más simple de la riqueza: la mercancía. Y no es casual que inicie por ahí, pues se trata del elemento básico de la riqueza en la sociedad capitalista. Marx ve en la mercancía una toda una lógica, una genealogía, y explica que la mercancía no es un objeto simple, juega un papel activo, y tiene dos factores que determinan su existencia: el valor de uso y el valor, que son dos cosas distintas pero inherentes a la mercancía.

Esto resulta de primordial importancia en la teoría marxista de acumulación de capital, porque precisamente su metodología de análisis permite ver en lo concreto de un objeto, en su forma de mercancía, la historia que éste contiene, como objeto, el proceso de su producción encierra todo un cúmulo de conocimientos. Pero además, con su visión de totalidad hace visible las relaciones sociales que posibilitan la conversión de un objeto en un valor de uso y en un valor de cambio a través del trabajo humano – concreto y abstracto a la vez –, en mercancía.

El análisis dialéctico de Marx pone en su real contexto las relaciones económicas y sociales de las sociedades en donde impera el modo de producción capitalista. Lo importante de la metodología utilizada por Marx, es que en su análisis explica que la acumulación de Capital es parte del desarrollo histórico de las relaciones sociales, económicas y políticas de las sociedades, y que en este sentido no se trata de una relación natural.

El fetichismo del dinero, como veremos, es el producto de esta forma relaciones de poner en el centro de las relaciones económicas al dinero, como fin, y no como el medio del intercambio (forma de equivalente) que es.

Antes detengámonos a puntualizar el análisis que Marx hizo de la mercancía, para con ello dilucidar lo que en el parágrafo 4 del primer capítulo de El capital, Marx llamó El fetichismo de la mercancía, y que a mi juicio resulta de fundamental importancia para comprender cómo es que el capitalismo, a pesar de que claramente es un sistema destructivo, sigue sosteniéndose más allá de sus límites objetivos (es decir materiales) y se ha instalado como único sistema posible en la subjetividad, a fuerza de una naturalización en las relaciones sociales.

Empecemos por señalar que para Marx, en la relación de cambio, la mercancía juega un papel activo, y es el dinero el que sirve para “medir” el valor de la mercancía. El conocimiento de la economía proviene de la relación de cambio, y Marx ve en la mercancía que se vende, el objeto como tal. El dinero, ya lo veremos, es una mercancía peculiar que hace de equivalente entre todas las mercancías. Cuando Marx nos indica que en el modo de producción capitalista, la riqueza es un enorme cúmulo de objetos útiles, no sólo historiza esta riqueza, sino que además nos dice que en el modo de producción capitalista la producción gira en torno a la generación y multiplicación de estos objetos, que finalmente devendrán en capital.

Ahora bien, ese objeto que se ha denominado mercancía, nos explica Marx, se trata de un objeto exterior, modificado en su forma original (es decir se trata de un hecho histórico en tanto modificado por la mano – trabajo – humana, para ser más claro, es un objeto de la cultura), y que satisface necesidades humanas, deseadas o necesitadas, no importa, lo que importa es propiamente que satisfaga una necesidad. Ese objeto, se mencionó al inicio, se compone de dos factores que determinan su existencia: el valor de uso y el valor de cambio.

Cuando Marx habla del valor de uso se refiere al cuerpo propiamente del objeto, el objeto como cosa útil, producto del trabajo humano, y que no está determinado por la cantidad de trabajo que contiene, no se refiere a una determinación de tipo cuantitativa, sino más bien cualitativa. No se debe perder de vista el valor de uso de los objetos porque debe considerarse la forma de producir y reproducir la vida.

Es decir, que con sólo el valor de uso los objetos no se convierten en mercancía, sino que además los objetos en tanto útiles pueden contener un otro valor, que se denomina valor de cambio. Pero a diferencia del valor de uso de los objetos, este valor de cambio no es natural de los objetos, no remite a la forma, se trata más bien de una convención social, una propiedad socialmente determinada, y esa determinación es cuantitativa. El valor de una mercancía sólo se puede expresar a través de otra mercancía, un objeto “a” se expresa en una cantidad determinada de un objeto “b”, se trata de una relación cuantitativa, porque en principio los objetos, aunque útiles, no son comparables. Se deduce con facilidad, que una condición necesaria para el intercambio es que los objetos sean diferentes. Cuando una persona se hace la pregunta por el valor de una mercancía “a” la respuesta se basa en el valor de “b”, y cuando se pregunta por el valor de “b” se tendrá que hacer referencia a la mercancía “a”. Y esto ocurre porque hay una suposición de que el objeto tiene un valor. Pero ese valor se expresa en el valor de uso de otra mercancía, el valor se hace visible a través de otra mercancía, por sí mismo el valor es invisible. No hay mercancía posible sin relación con otras mercancías, es ahí dónde se manifiesta el valor de cambio, una mercancía aislada es una ficción metodológica. Por tanto, no se trata de una propiedad natural inherente al objeto, en la relación de cambio da igual que su naturaleza sea distinta, son intercambiables siempre que tengan la misma proporción de valor. Y aunque cuando en lo cotidiano se hace abstracción del valor de uso y nos remitimos al valor de cambio (de forma irreflexiva, por puro uso común) sigue siendo condición necesaria para la posibilidad de cuantificación del valor el valor de uso.

Pero sí hay algo que es “igual” en estas mercancías, y es eso que llamamos valor: la magnitud del valor. No se igualan los valores de uso, sin embargo, como se mencionó, un objeto como cosa, es útil en tanto ha sido modificado de su estado natural (transformación de la naturaleza) por el trabajo humano, y que es lo que constituye la base para poder pensar el valor: la cantidad de trabajo. Es teniendo en cuenta el trabajo humano contenido en este objeto útil que se pueden igualar los objetos. Por tanto, la sustancia del objeto es el trabajo, mientras la magnitud del mismo es la cantidad de trabajo socialmente necesario que contiene, como unidad de medida. Es justamente (o más bien injustamente) el trabajo lo que no se ve en la mercancía, pero precisamente el trabajo humano es lo que hace que la mercancía pueda ser comparable con otra mercancía.

La mercancía, por tanto, es un producto del trabajo humano útil, concreto. Y este cúmulo de mercancía que componen la riqueza en el modo de producción capitalista es producto del trabajo social disponible, que se expresa como trabajo concreto (que produce objetos de forma particular) a través de la división social del trabajo – que se nos presenta como una red de productores privados autónomos e independientes –, y eso es lo que está de fondo en este cúmulo de mercancías.

Los productores privados se presentan al mercado a cambiar sus valores de uso (para otros, para el propietario se trata de un “no valor de uso”) en tanto son poseedores (dueños) de objetos, es en ese momento en que el valor de uso se transmuta en valor de cambio y “se igualan” los objetos, en tanto contienen la misma magnitud de valor, es decir, en tanto la sustancia misma del valor (el trabajo humano). El tiempo medio para producir un objeto es una imposición social. Y este trabajo medio es lo que se denomina trabajo abstracto.

El economista Hernán Alvarado en su libro Para descifrar el símbolo monetario y el fin del capital (1997), explica que “Es la mediación de un trabajo concreto lo que le imprime a la cosa una supranaturalidad, lo que la convierte en objeto, en una materialidad social, en un valor de uso; de la misma manera que es la medida de un “trabajo abstracto” lo que le imprime al objeto una supersociabilidad: un valor de cambio que lo convierte en mercancía”.

El valor es una relación social que busca el reconocimiento de la fracción del trabajo social, esto se establece a través de una relación con otra mercancía. Para ello es necesario una forma de equivalencia. En la forma equivalente el cuerpo de la mercancía “b” aparece como “alma” de la mercancía “a”, por tanto el valor se puede expresar a través de otros objetos que “prestan” su cuerpo. Y el trabajo concreto de “b” se expresa como trabajo abstracto en la mercancía “a”. Este trabajo concreto contenido en la mercancía “a”representa un trabajo privado que al enfrentarse a la mercancía “b” se presenta como trabajo social. Según Marx: “El cuerpo que presta servicios de equivalente, cuenta siempre como encarnación de trabajo abstractamente humano y en todos los casos es el producto de un trabajo útil, concreto. Esta trabajo concreto, pues, se convierte en expresión de trabajo abstractamente humano.”

Esto es lo que Marx denomina la Forma simple del valor: “La antítesis interna entre valor de uso y valor, oculta en la mercancía, se manifiesta pues a través de una antítesis externa, es decir a través de la relación entre dos mercancías, en la cual una de éstas, aquella cuyo valor se ha expresado, cuenta única y directamente como valor de uso, mientras que la otra mercancía, aquella en que se expresa valor, cuenta única y directamente como valor de cambio. La forma simple de valor de una mercancía es, pues, la forma simple en que se manifiesta la antítesis, contenida en ella, entre el valor de uso y el valor”. Otra forma de valor es la Forma desplegada o total del valor, en la que se puede establecer una relación con todos los objetos a través de una mercancía, es justo ahí cuando el valor muestra su naturaleza social.

En la Forma general del valor, los objetos establecen una relación con una mercancía que hará las de equivalente general:
“Una mercancía sólo alcanza la expresión general de valor porque, simultáneamente, todas las demás mercancías expresan su valor en el mismo equivalente, y cada nueva clase de mercancías que aparece en escena debe hacer otro tanto. Se vuelve así visible que la objetividad del valor de las mercancías por ser la mera “existencia social” de tales cosas, únicamente puede quedar expresada por la relación social omnilateral entre las mismas; la forma de valor de las mercancías, por consiguiente, tiene que ser una forma socialmente vigente”.
Todas las mercancías son comparables a través de una sola, el valor social está expresado a través de esta “tercera mercancía” para lograr calcular las magnitudes del valor de las mercancías. Esta “tercera mercancía” en su función de equivalente general, juega un papel exclusivo y excluyente para medir el valor de todas las demás mercancías, es un objeto simple, pero es un objeto común que las compara a todas y posibilita el intercambio, como medida de valor. En tanto es medio de intercambio permanece “invisible”, nadie pregunta por su valor, porque supone el valor de las otras mercancías, es un supuesto absoluto que no se expresa. Según Alvarado, la Forma dinero deriva de esta Forma general del valor:
“En cuanto valores los objetos se transforman en mercancías (...) se toman en cuenta dos características de esta forma del objeto: la primera, que en la relación mercantil los valores de uso equiparan sus magnitudes de valor, de esa equivalencia depende su vigencia histórica. Los objetos mercantiles se sujetan a la ley social con el rigor con que sus materiales se sujetan a la ley de la gravedad. La segunda, que el valor de cambio comporta, en la práctica, una realidad simbólica: su precio, o representación del valor en términos dinerarios. Sólo que aquí lo simbólico esta supeditado a la materialidad de equivalente: el precio se refiere al valor de la materialidad del oro, al dinero”.

Lo que Alvarado explica, es que lo simbólico queda supeditado a la materialidad del dinero, y que es precisamente esa supeditación lo que permite que considerar al dinero mercancía, puesto que hay un valor de uso que deviene en valor de cambio, y el objeto se manifiesta “sólo como una cantidad equivalente de otros valores de uso”. Y agrega: “La equivalencia es un caso de ambivalencia; dos magnitudes se sopesan y se equiparan, así se propicia el vínculo mercantil. La equivalencia es la ambivalencia en su punto de equilibrio, pues el valor de cambio supone la doble valencia de la mercancía y del dinero”. Para Marx, es la forma de dinero “... la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales.” Marx insiste en que se trata de un modo de pensar válido “... para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de producción social históricamente determinado: la producción de mercancías”.

Es precisamente aquí cuando se produce un fenómeno con enormes consecuencias para el modo de producción capitalista, y que a mi juicio también tiene serias consecuencias en la subjetividad, y que de alguna forma viene a determinar la forma en que nos relacionamos, y determina en alguna medida el porqué hacemos lo que hacemos, y es lo que Marx denominó el Fetichismo de la mercancía. Es este momento en que el desarrollo de la producción capitalista se topó con la cuestión del fetichismo. Es justamente aquí cuando, según Paul-Laurent Assoun, el "rasgo fetíchico" se inscribe en el momento de la materia bruta de las cosas con su carácter de forma en el sistema de los intercambios, es decir, en donde la cosa parece animarse hasta llegar a la "autonomía" y se incorpora a la "danza de las mercancías". 

Es por esto que Assoun dice que Marx se torna en etnólogo del capitalismo moderno, porque en sus análisis de la mercancía señala que ésta es la forma visible e inasible de las relaciones sociales, porque en el intercambio las cosas pareciera que se relacionan entre sí, como si no se tratara de relaciones humanas. Esta forma de fetichismo expresa la ruptura entre el valor de uso y el valor de cambio, y la naturalización de las relaciones sociales, por lo que parece que son las cosas las que tienen un valor que no poseen, con una dinámica propia. Es como si los objetos tuvieran propiedades por ser mercancías, y olvidamos que se trata de productos del trabajo humano. Pero esto ocurre porque, las mercancías, al producirse de forma privada y de forma independiente, sus atributos sociales se manifiestan en el intercambio, ocultando las relaciones sociales que tiene de fondo, pareciera que las cosas se relacionan entre sí, como si no existiera historia dentro de las mercancías. Se trata del trabajo humano, y lo que determina la magnitud de valor es la cantidad del trabajo. 

Marx explica que cuando una persona trabaja para otra, ese trabajo adquiere también una forma social. En el intercambio, y nada más que ahí, nos dice Marx, es que los productos del trabajo adquieren una objetividad del valor, que es social, y que se separa de su “objetividad de uso”, se trata pues de una escisión del producto laboral devenido en cosa útil y cosa de valor, que se hace efectiva en la práctica y cuando las cosas se producen para el intercambio, porque ahí se tiene en cuenta el valor para que el intercambio sea posible. Marx agrega: “A partir de ese momento los trabajos privados de los productores adoptan de manera efectiva un doble carácter social”, y explica que los objetos satisfacen una necesidad socialmente determinada, con la que prueban la eficacia como partes del trabajo global, dentro de la división social del trabajo, pero además, esta producción de objetos útiles produce objetos dotados de valor susceptibles de ser intercambiados por otros objetos equivalentes en cuanto a su magnitud de valor: “La igualdad de trabajos toto cœlo [totalmente] diversos sólo puede consistir en una abstracción de su desigualdad real, en la reducción al carácter común que poseen en cuanto gasto de fuerza humana de trabajo, trabajo abstractamente humano”.

Como explica Alvarado:
“El objeto es naturaleza transformada por el trabajo humano, lo que quiere decir relación de poder, intencionalidad, finalidad colectiva. No obstante, a menudo se atribuye al objeto propiedades que en sí no tiene y se omite, sospechosamente, el trabajo y su determinación: se le atribuye una plusrealidad, una segunda capa de sentido que recubre la funcionalidad original. Si no se distingue entre un objeto y una cosa natural, aunque ambos sean igualmente útiles, no se ve la mano humana, por ende no se puede delimitar lo real de la relación histórica. (...) en alguna parte se pierde así lo real del objeto. Lo curioso es que no se pierde el objeto sino su realidad histórica; el objeto sigue fungiendo en la práctica, pero ya no como lo que es, sino como otra cosa; como si la utilidad fuera refuncionalizada y puesta al servicio de otro orden, del orden arbitrario del fetiche, en el que se pervierte la realidad inicial del objeto. No obstante, al omitirse la naturaleza, el objeto será una metafísica; al olvidarse el trabajo será una cosa mítica; se esfuma así la objetividad de la cultura que lo originó. Esta operación mental consiste en aniquilar la realidad social del objeto, en omitir así la relación humana. Esta última pervive petrificada, como si fuera una cosa y no una dialéctica.” 
Marx lo que dice es que, al producirse de forma privada objetos que son socialmente útiles, se revela el carácter social del trabajo que los produce, y que justamente eso es lo que tienen de común las mercancías, que son objetos producto del trabajo humano, y en el mercado esta relación de trabajo, que es la que en el fondo produce el valor, se da de forma inconsciente, “No lo saben, pero lo hacen”, dice Marx. El valor no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en jeroglífico social. La relación social de las personas es transformada en un comportamiento social de cosas. Pero además como lo señala acertadamente Alvarado, se trata de una “relación de poder, intencionalidad, finalidad colectiva”, de una relación de explotación, en la que el capitalista se apropia del plusvalor producido por el obrero. Como “sospechosamente” se omite u olvida el trabajo contenido en la mercancía, la cosa se vuelve mítica y se oculta completamente la cultura que lo origina, la cultura de la irracionalidad capitalista, y a la vez inaugura el síntoma de la sociedad capitalista contenido en la producción de mercancías. Para el productor lo que interesa es cuánto valor ajeno obtendrá por el producto propio. La magnitud de valor cambia de forma constante y de forma independiente de la voluntad de los sujetos del intercambio, según Marx, “su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas”.

En ese sentido es que el método de análisis dialéctico de Marx permite ver que la sociedad burguesa genera en su modo de producción, el fetichismo, que se sostiene bajo una lógica perversa de explotación, y que se oculta bajo la figura de la mercancía. Pero además, pone de manifiesto que las actuales formas de relación social no son igualitarias, tal y como pretende la burguesía, y que no se trata del “Edén de los derechos humanos innatos”, sino que se trata de una sociedad en la que la desigualdad se disfraza de igualdad a través de la relación económica en la dialéctica del intercambio de mercancías. Esta ley de equivalencia del intercambio, según Alvarado, es una operación mental, donde lo distinto aparece como si fuera lo mismo, como si las cosas se cambiaran de forma proporcional (ya veremos cómo esto no es posible), que esta equivalencia “es una utopía mercantil”. En una nota al pie de página de El Capital, Marx lo explica de esta forma: “Lo que caracteriza, pues, a la época capitalista es que la fuerza de trabajo reviste para el obrero mismo la forma de una mercancía que le pertenece, y su trabajo la forma de trabajo asalariado…”. Alvarado sostiene que el trabajo en la sociedad capitalista se convierte en una actividad que desconoce lo subjetivo del sujeto que lo realiza, se trata de una ideología que no soporta lo específicamente humano, lo diferente, lo inconmensurable: “... Por eso cabe afirmar que el intercambio de objetos está fundado en una ficción que sostiene eficientemente un fetiche: la mercancía. Fetiche sobre el que pesa una mentira: la ley de equivalencia, o sea, la ley que toma lo diferente por lo mismo, que instaura la violencia simbólica de la medida, el totalitarismo del valor”.

Pero además de ocultar una relación de producción perversa, en donde se genera un sinrazón (el proletario y la exclusión), se impone como afirma Alvarado un totalitarismo del valor, que se instaura en la subjetividad, y que es finalmente lo que hace que el mismo sistema se mantenga a pesar de las contundentes pruebas de su propia disfuncionalidad:
“El intercambio que hace mercancía al objeto es, por otra parte, un proceso social que multiplica los usos y necesidades. Una instancia que acelera en progresión creciente la producción/consumo de objetos. La forma mercantil es un primer acelerador de ese proceso universal de objetivación o de transformación de la naturaleza en objeto, de la lógica general de cosificación, que termina siendo, para el sujeto, el mismo proceso de su enajenación.”
Tras esta extensa reflexión en torno al carácter fetichista de la mercancía, y en cómo efectivamente, ésta se convierte en síntoma del capitalismo, finalizo mencionando un detalle que me llamó poderosamente la atención de la romería pasada, y que no pasó inadvertida por mucha gente (y que demás dio origen a esta serie de apuntes sobre el fetichismo), es la foto de la Basílica por dentro:


Las marcas, según Naomi Klein en un interesantísimo libro titulado No Logo, han llegado a sustituir o al menos convertirse en algo similar a las mercancías, en algunos casos las mercancías "valen" por el simple hecho de tener un logo. Es decir, que "el capitalismo" ha dado un salto en las producción de fetiches, y las marcas pueden sustituir en alguna medida a los objetos (y su producción) al punto de que ya no es necesario el objeto como tal, sino su representación, que en este caso sería la marca. Es una inversión bastante interesante de lo que sucede con el fetiche religioso, que sí requiere del objeto. 

En todo caso, los fetiches a lo interno de la Basílica se sintetizan en el "pasillo de la fe", nótese el simbolismo de entrar de rodilla al santuario estando rodeado de marcas comerciales. No deja de ser una ironía que en el supuesto espacio sagrado se conjuguen tantos fetiches, primitivos y modernos. Pero lo que más me llama la atención es que la gente sea tan irreflexiva y no pueda ver a los mercaderes absolutamente metidos en el templo, por eso precisamente es que es tan importante el análisis Marxista de la mercancía, que devela el carácter social de la producción capitalista. Por eso es que Marx analiza el objeto básico de la producción, porque encierra y a la vez oculta todo el proceso de producción, es decir las relaciones de poder. Y esas relaciones de poder no es casual están presentes en ese acto religioso, la gente encandilada por el brillo de la mercancía no ve lo que ocurre frente a sus narices, este acto de fe, es precisamente lo que sostiene al fetiche religioso, este acto de fe también es lo que sostiene al capitalismo. La romería es un claro ejemplo de ello. 

El próximo apunte, analizará cómo efectivamente en este "acto de fe" el poder político también hizo su juego, aunque por supuesto como es la tónica en el gobierno de la Chinchilla, les salió un poco mal. Hasta aquí por hoy, que me extendí demasiado.

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