“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró

lunes, 2 de abril de 2007

Visión hacia las gradas


Como ya sabrán, esta casa tiene muchos recuerdos importantes para mí, conozco cada rincón de la casa, tengo grabados varios momentos especiales de mi vida en esta casa. Si uno se para en el marco del cuarto de mi abuela (bueno, mi oficina, es la costumbre), que da de frente a las gradas se puede obtener una buena vista hacia abajo, todo el panorama pero no como el sujeto que mira directamente, sino como un espectador. Esa sensación es extraña, porque lo ubica a uno como si estuviera en una película, pero sin ser el protagonista, sino quien maneja la cámara, o más trágico aún, como el lente mismo. En todo caso, la visión es muy buena e invita a filmar buenos momentos que uno se esforzará por recordar, porque contienen diferentes momentos de la película de la vida.


Imagínese que se para en ese marco, cuando sabe que en ese momento estará grabando ese instante en su mente, porque será asociado a un momento significativo de la vida.


Es curioso que funcione así, porque realmente me funciona muy bien. Mi vida, desde ángulos y lugares distintos (pero que cumplen con esos requisitos enumerados anteriormente), tiene momentos significativos ligados a imágenes, fotografías que de repente tienen movimiento y se recrean en mi mente. Siempre sé que es un momento de esos porque se siente, y por supuesto me preparo para grabarlo. Claro, a veces se pueden pillar momentos de esos sin que uno esté preparado, pero no son esos momentos a los que me refiero, esos suelen un tanto caóticos, más tirados hacia momentos muy fuertes en lo físico, no tanto emotivo. A veces también, he de confesarlo, simplemente preparo un momento para imaginar e ir a escribir para poder simplemente, compartirlos con alguien. Simplemente los invento. Tal vez a alguien le parezcan interesantes.


El caso es que hace algún tiempo tuve un momento de esos. Ella me dijo que ya se tenía que ir. Le pregunto por qué. Ella no quiso contestar, y se acabó el tema. Me besó tiernamente y sentí fuego por dentro, fuego que por supuesto ella sintió. Ese fue el preciso momento en que supe que sería un episodio de mi vida. Habíamos estado discutiendo sobre el futuro mutuo, y realmente no lo sabíamos, pero no lo sabíamos sencillamente porque estábamos muy ocupados pensando lo que imaginaríamos lo que espera cada uno del otro, o simplemente pensando en las diferencias, en resumen por darle más importancia a eso que a otras cosas más importantes en la relación de pareja.


Estábamos en el suelo, oyendo música, y hablando cualquier cosa, pero la conversa estaba interesante. Luego de haber fumado un poco, y sentirnos relajados, nos besamos, nos sentimos. Eso nos asustó. Y empezamos a maquinar, a hacernos preguntas inconvenientes, y, claro, eso provoca, cualquier cosa. Los hechos hablaron por sí solos, nos entendimos de repente, y eso nos asustó, aunque no sabíamos lo que significaba, no sabíamos lo que iría a pasar. Y es mejor no pensar en eso, porque con suerte pensamos cosas diferentes. En estos casos, y como en muchos otros, es mejor no preguntar y simplemente dejar fluir.


Bajó esas escaleras, yo por supuesto, me puse en posición. Una, dos, tres, cuatro gradas, en su talante de mujer seductora, y me preguntó porque no bajaba. Justo en ese momento sonaba “People are strange / when you're a stranger / Faces look ugly when you're alone / Women seem wicked when you're unwanted / Streets are uneven when you're down / When you're strange / Faces come out of the rain / When you're strange / No one remembers your name / When you're strange / When you're strange / When you're strange” .


Quinta grada, justo en ese momento ocurrió, se volvió. Con su sonrisa, sus ojos tiernos y seductores, con su boca pidiendo besos a gritos, su piel sedienta de mi piel, su sexo húmedo. Toda ella mirándome, sonriendo, invitándome a bajar, así por la buenas, por las mejores, por las que ella sabía.


La alcancé en la grada siete. Me recibió en sus brazos, y con sus labios. Un largo beso, un casi eterno beso, y muy profundo, de esos que también sé formarán parte de mi vida por largo rato.


Gradas más abajo ambos lo entendimos, no lo dijimos, simplemente lo sabíamos, tampoco preguntamos, de eso se trataba todo, de dejarlo ir, fluir. Ese momento supe, que como mínimo, ese sería un momento que formaría parte de la película de mi vida precisamente el momento en que llego a los treinta y todo te da vueltas, sobre todo oyendo The End.


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