Mi barrio era muy particular. Durante algunos años vivimos justo al inicio de la cuesta, aunque las mejengas se jugaban en la otra calle, que era plana, a veces se armaban unas buenas "ligas" en la cuesta. El portón de mi casa hacía las veces de marco de fútbol. Ni a papá ni a mi mamá nunca les molestaron los bolazos al portón, como sí ocurría con otros vecinos, claramente eso es algo que el barrio entero les agradecía. Creo que mis papás comprendían que uno carajillo hacía esas cosas, y preferían que jugáramos al frente y que no tuviéramos que irnos quien sabe dónde a jugar.
Una tarde jugando ligas, me cuadré frente al portón, la bola había que prensarla con un par de piedritas para que no se fuera rodando cuesta abajo, di dos pasos hacia atrás, me sentía Maradona frente al arco, sólo frente a mi hermano. Avancé lentamente, hice un toque de maestro y la bola hizo una curva magistral, pasando por entre las ramas del palo de mango y se coló directo al ángulo superior izquierdo de la ventana del vecino. Si volviera a repetir ese remate mil veces no podría volver a quebrar ese vidrio, fue un toque de maestro.
Justo en la esquina vivía "el herediano", un tipo insoportable (no por herediano, sino por pandereta y porque le encantaba jodernos). Recuerdo que, allá por 1987, cuando Heredia ganó su campeonato número 20, el tipo se sentaba en la mecedora del corredor de su casa y nos decía una y otra vez: "20 veces campeón... ja-ja-ja... 20 veces campeón...!!!", desda la esquina del frente, la respuesta era siempre una oleada de madrazos e improperios. Su esposa, una fanática evangélica lo hacía entrar, y ella también salía madreada. Era amiga de mi abuela, vivía casi al frente, y seguramente le pasaba las quejas. Mi abuela nunca me dijo nada.
La señora viene al caso, porque el patio de su casa quedaba justo al frente de mi casa, unas latas de zinc muy nuevitas eran la cerca. Así que cuando jugábamos "liguitas", las latas solían llevarse unos buenos bolazos, aún debe haber algún recuerdo mío en esas latas. La señora, muy cristiana, no soportaba nuestra diversión futbolera, no soportaba los bolazos, y cada vez que caía una bola al patio, nos la regresaba partida en dos. ¡Vieja amargada! Así perdimos como diez bolas. Lamento decir esto, pero esta vieja es el personaje de esa pésima canción de Arjona, que por cierto estaba de moda por esa época.
Una tarde, Alejandro, apodado "saque de puerta" (ese era el destino de sus jugadas ofensivas) o también "pelado de tombo perra sarnosa zaguata" (eso tiene una explicación, una vez se peló como un policía, y era muy malo jugando fútbol, claramente el apodo se redujo a "pelado"), hizo una de las suyas y envió la bola directo al patio de la vieja amargada. Era la única bola que nos quedaba, así que tomamos la decisión unánime de rescatar la bola para poder jugar más. la responsabilidad recayó en "pelado", dado que él fue el "animal" que tiró la bola al patio. Entre todos lo subimos para ver si la doña estaba en el patio, "pelado" dijo que no, y lo tiramos. La bola regresó a los pocos minutos, pero "pelado" no. De repente se oyeron algunos gritos, y se abrió la lata roja, que era la que hacía de puerta, y la roca tenía a "pelado" guindando de una oreja. "Pelado" pegaba gritos, nosotros nos reíamos a más no poder, y la doña gritaba indignada que no estaba bien meterse a su propiedad porque "ella podía estar en bata" (jajajaja, sí eso decía).
La bola estaba a salvo, pero la cosa amenazó con convertirse en un "conflicto internacional" cuando Saddam Hussein salió (así le decíamos al papá de "pelado", era igualito), y empezaron los improperios (el viejillo también era pandereta). Mi papá que iba llegando le dijo dijo a la señora que se trataba de un juego, y que ella no tenía porqué estar reventando bolas, que éramos niños (bueno ya casi adolescentes).
Luego del escándalo vecinal, la vieja amargada se metió a su casa, Saddam Hussein a la suya llevando a "pelado" de la oreja, y adentro lo cuerió. Nosotros seguimos con las liguitas, y al final de la tarde todos estábamos muertos de risa del espectáculo. Esa bola se salvó, ese día, semanas más tarde cayó nuevamente al patio y fue devuelta después de pasar por el cuchillo de la señora, esa vez, ni ninguna otra, alguien se atrevió a brincarse las latas, pero cada vez que había utilizar la lata para hacer una pared y driblar al adversario, esas latas se llevaban un buen bolazo, solo para joderla, alguna que otra llovieron piedras a las latas, pero del techo, en venganza por las bolas asesinadas impunemente.
A la fecha he conocido a muchos fanáticos religiosos, siempre (parece que es una regla), son hipócritas, amargados y con una moral enorme, que les da para tenerla doble. Esta señora, que a estas alturas debe estar en el quinto anillo del infierno (que es el único destino para alguien que haya asesinado impunemente tantas bolas), posiblemente le gustaba recitar aquello "dejad que los niños vengan a mí", pero como todo fanático seguro no lo comprendió, o sencillamente se creyó aquello de llevar la cruz del señor, que seguro le pesaba mucho y le amargaba el corazón.
“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró
Ignacio Martín-Baró
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