Durante parte de mi niñez, y toda mi adolescencia, me gustaba mucho dibujar, aunque debo decir que no tenía un gran talento, y que en realidad lo que hacía era copiar las caricaturas de ciertos artistas, lo hacía bastante bien, aunque no podía copiaba a todos. Recién entrando a la universidad, me compré unos lápices y papel, cuadernos de dibujo, y me quedaba hasta altas horas de la noche dibujando y escuchando música. Era muy entretenido, era también un escape, era la época en que estaba enojado con el mundo, era la época de Pearl Jam (aunque siempre ha sido esa época para mí) y las decenas de versiones y conciertos que el chino que le echaba el cuento a mi hermana me prestaba... ¿cómo se llamaba el chino? desde hace tiempo trato de acordarme... en fin, en 1995 por razones que no viene al caso durante meses no hubo luz en la casa, así que dibujaba y dibujaba a la luz de varias candelas, primero a lápiz las formas básicas y luego con una pluma repintaba y le daba los detalles finales.
Lo que copiaba y copiaba eran las caricaturas de Quino, un genio, las recortaba de La nación cada lunes, y durante años tuve una carpeta llena de recortes. Aprendí con el tiempo a utilizar las sombras y las finas líneas que daban una precisión magistral a sus tiras. También aprendí a no enseñar todas las cosas que hacía, porque a veces me pedían que hiciera dibujos, y como en realidad lo que sabía era copiar, lo que dibujaba sin ninguna otra referencia que "la realidad", deba pena. Cuando me pedían un dibujo, me bloqueaba, simplemente no salía, con presión no podía ni hacer un circulito. Yo dibujaba por mero placer, y era un doble placer: dibujar y escuchar música, o sea Pearl Jam. Y no es que redujera la música a Pearl Jam, pero era lo que más me tranquilizaba, pronto descubriría Pink Floyd, y lo agregaría a las tareas cotidianas que me exigían cierta concentración. Hasta el día de hoy.
Muchos años después de haberlo dejado, lo lamento mucho, y más que lamentarlo, lo extraño, era una muy buena costumbre, relajante, placentero, sentía que el tiempo pasaba más lento, podía pensar horas y horas, me gustaba la soledad del "cuarto de dibujo", o sea mi cuarto. A veces, eso sí, debo admitir que frustraba cuando alguna línea no me salía, o simplemente no era el día para dibujar, porque había días que no salía nada, ni lo más elemental, pero eran los menos.
Me gustaba Quino por su capacidad de síntesis, por poder decir tanto en una sola imagen, por esa capacidad de combinar el humor con la crítica política, siempre me sentí incapaz de hacer algo así de grandioso. Sentía que Quino me educaba políticamente, y fue, en realidad una introducción a la política. Ya luego vinieron los libros, acompañados de música y otras muchas cosas, pero primero fue Quino quien, con su genialidad, me ordenó la cabeza para comprender ciertas cosas.