Y llegué a los cuarenta. Se dice fácil, y bueno lo es, tampoco es complicado. De hecho me gusta ser de ahora en adelante un cuarentón, siempre me ha gustado cumplir años, y cambiar de década me parece algo emocionante, aunque claro si uno se pone a pensar sobre esto, lo que hay en realidad es un eterno y efímero presente, solo que el simbolismo de la vuelta al sol lo hace especial, tal vez es nuestra manía de medir, de contar.
Contar el tiempo me parece de lo peor que hemos hecho, porque además tiene que ver en gran parte (sobre todo en nuestra sociedad) con la obsesión de la producción, y por supuesto con la obsesión por acumular. Contamos el tiempo como si fuera oro, "el tiempo es oro", "time is money", y se nos va la vida en el dinero y las cosas. Llegado a los cuarenta me gustaría parar, me gustaría que el tiempo fuera diferente (el tiempo, y los tiempos), quisiera que el ritmo de la vida fuera muy otro, incluso que la vida fuera distinta. Y ojo que me gusta la vida que he vivido, aún con los errores que he cometido, aún con la tristeza tan profunda que he sentido. En todo caso, ya saben, desde hace tiempo me obsesiona esto del tiempo: me obsesiona no tener el tiempo para la cosas importantes, o no sacar el tiempo para al cosas importantes.
Llego a los cuarenta físicamente mejor que a los treinta, me siento mucho mejor. Y quisiera pensar que llego completo, pero no. Hoy, como todos los días recuerdo a Prisci, recuerdo que me acompañó treinta cumpleaños, que cuando éramos chicos yo la invitaba a comer los 11 de agosto, que siempre estaba, y hoy no. Así que tengo una mezcla muy agridulce de sentimientos. La extraño mucho. Y eso, justamente, me hace pensar en el tiempo y lo realmente importante.
“O se opta consciente y reflejamente, o la opción de nuestra vida se realiza sin que ni siquiera caigamos en la cuenta de ello. Pero en cualquier caso, nuestra vida y nuestra acción se inscriben en uno de los sectores contendientes. No hay marginados frente al conflicto social; hay sencillamente, contendores abiertos y contendores solapados, luchadores convencidos y tontos útiles. Demasiadas veces, y más por ingenuidad que por mala voluntad, los universitarios formamos parte de este último grupo. Todos estamos comprometidos: resta saber por quién”.
Ignacio Martín-Baró
Ignacio Martín-Baró