Los economistas y los ideólogos del sistema defienden el capitalismo, aún en tiempos que ellos mismos denominan de crisis, en base a un mito utópico (Hinkelammert, 2003). Los apologistas del capital nos repitan día y noche que el mercado es una gran síntesis humana entre el interés propio y el interés público, y es a través del interés individual que se concreta el interés colectivo. Esta visión reduccionista de las relaciones económicas y sociales, se plantea como una suerte de pospolítica, en la que la ética social pretende ser sustituida por una ética técnica en la imposición del mercado como ente regulador de la actividad humana. Dentro de esta visión, que es la imperante, a través de la propiedad privada se genera una estructura que parece mágica, porque por sí misma cumpliría con el bien colectivo: “El mercado parece ser un simple ámbito de servicios, donde el interés propio impulsa a cada uno a servir al otro lo más y mejor posible. El mercado es societas perfecta...” (Hinkelammert, 2003, p. 237).
Los ideólogos del capital y sus apologistas, hacen una inversión descarada de lo que realmente ocurre, y la lógica destructiva del capitalismo, se enuncia como una lógica del bien colectivo, para los defensores del capitalismo el interés individual es generador de bienestar colectivo. Pero al partir de la perspectiva meramente individual se oculta que se socavan mediante esta lógicas, las bases (humanas y naturales) del “desarrollo” que se pretende alcanzar, y no sólo se socavan estas bases sino que además el mismo sistema requiere (e impone) que la pregunta por las consecuencias de esta forma egoísta de producir si siquiera sea considerada, y si se hace, se hace para ser respondida bajo la misma lógica, sin alternativa.
Esta lógica destructiva es una especie de darwinismo social, en donde impera la ley del más fuerte, en cuyo sistema de competencia se decide la vida de las personas y los productos, y no sólo de los más aptos para producir. Se trata del mito de la la oferta y la demanda que traerán la “armonía” del mercado, y también las condiciones para que esta suerte de darwinismo social y económico funcione.
Pero no se trata más que de un mito. Ya que esta supuesta armonía, en realidad es un armonía clasista, que trae consigo un silencioso y cotidiano genocidio, porque funciona solamente para una clase social, es una lucha de clases desde arriba, de la burguesía contra el resto de la sociedad – y la naturaleza –. Bajo esta lógica, del interés individual para lograr el interés colectivo, se justifica el desecho de millones de vidas en nombre del progreso colectivo, cuando en realidad se trata del enriquecimiento de unos pocos, en palabras de Hinkelammert “El individualismo desemboca en un colectivismo cínico sin límites”. (2003, p. 238).
Los defensores del capitalismo recitan día tras día que el mercado es un sistema autorregulado (y cuando falla, se trata de la mala praxis o falta de moral de unos cuantos ejecutivos ambiciosos), pero para Marx este supuesto equilibrio presupone la existencia de desequilibrios que el mismo sistema no puede eliminar, porque el desequilibrio le es inherente y necesario al modo de producción capitalista. Se trata de una lucha de clases hacia abajo, un automatismo mortal para la clase trabajadora y la naturaleza. El capitalismo necesita producir proletariado (base fundamental para poder producir mercancías) y para que la acumulación de capital (base de la riqueza capitalista) sea posible. Esta lógica de producir mucho y cada vez más, entraña la propia destrucción del capitalismo socavando las propias bases de su productividad: la naturaleza y el ser humano: “Marx descubre detrás de la producción de bienes en el mercado con su alta eficacia un proceso destructivo, que lo acompaña, si ser un producto de la intención de los actores del mercado. Éstos al pretender una productividad siempre mayor, logran su alta eficacia a costo de una destrucción, que socava el mismo proceso productivo. Al producir una riqueza siempre mayor, las fuentes de la producción de la riqueza son destruidas.” (op. Cit. p. 241-242).
Lo que los economistas y publicistas ideológicos llaman globalización es sencillamente la expansión a escala planetaria de esta lógica destructiva: producir más con menos costos, aunque las bases mismas del sistema se destruyan lleva inherente la posibilidad del colapso mismo del sistema, que no será a través de la crisis de sobreproducción de objetos que no se pueden consumir, sino que el límite lo pondrá la misma naturaleza, pero con un atenuante, que se tratará de la supervivencia de una gran parte de la humanidad. Cada vez hay más evidencias de que estamos al límite del colapso ambiental, y que esta es la verdadera crisis que se nos plantea, y que hay que tomar serias medidas si queremos sobrevivir. Es necesario invertir esta lógica del “colectivismo cínico”, y se trata de una tarea de emprendimiento colectivo, la amenaza en que como especie nos hemos constituido para el planeta es real, como también lo es la posibilidad real de una catástrofe. Los apologistas del sistema, aunque entienden la inminencia del colapso de la naturaleza actúan como si fuera una cuestión de moral, o como si el capitalismo mismo fuera capaz de ser sostenible ambientalmente.
Toda la evidencia científica indica que estamos llegando a un punto de no retorno (si no es que ya lo pasamos), y es necesario tomar medidas para evitar el colapso. De acuerdo a Žižek (2005), el tipo de medidas que debemos tomar implican decisiones de todo orden. Si las decisiones que tomamos son correctas o no, solo lo sabremos de forma retrospectiva , lo cierto es que es necesario tomar decisiones y medidas, porque un cambio es urgente, la debacle ambiental es inminente, y aunque este no ocurra: “... si esperamos que X (una catástrofe) ocurra y obramos contra ella, para impedirla, el resultado será el mismo, tanto si la catástrofe efectivamente ocurre, como si no ocurre” (Žižek, p. 221). Lo que expresa Žižek tiene mucho sentido, y colectivamente habríamos de modificar nuestros hábitos de consumo y subvertir el (des)orden capitalista: “Uno imagina la perspectiva de una catástrofe y luego actúa para impedirla, abrigando la esperanza de que el éxito de nuestros actos preventivos haga que la perspectiva que nos impulsó a actuar se vuelva ridícula e irrelevante: uno debería asumir heroicamente el papel del excesivo traficante de pánico para poder salvar a la humanidad...” (Ibídem), luego agrega: “... si no hacemos nada, ocurrirá, y si hacemos todo lo que está a nuestro alcance por evitarla, no ocurrirá salvo que se dé por accidente imprevisible.”(op. Cit. p. 223).
Desde esta perspectiva catastrófica – pero real –, es necesario plantearse el actuar éticamente con la especie humana y con el planeta (que por cierto, es el único que tenemos), y si no hacemos algo radicalmente diferente a lo que hemos venido haciendo posiblemente seamos borrados de la faz del planeta, que sí tiende al equilibrio, no así el mercado.
Bibliografía
Hinkelammert, Franz J.; El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido. Editorial UNA, Heredia, Costa Rica, 2003.
Žižek, Slavoj; El Títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 2005.
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