Cuando ingresé a la carrera de Psicología, allá por 1995, mentía de forma descarada cuando me preguntaban por mis pasatiempos, solía decir que me gustaba mucho leer. Estoy seguro que no era necesario un polígrafo para detectar tan vil mentira, solo tenía que hablar un poquito para que me descubrieran. En mi defensa debo decir, que más que un intento de engañar a los demás y hacerme el interesante, era un intento desesperado por convencerme a mí mismo de que me gustaba la lectura. Decidí estudiar psicología desde que estaba en noveno año, así que cuando terminé el colegio fui a buscar el plan de estudios para darme una idea más concreta, por supuesto el nombre y siglas de los cursos no me dijo mucho. Lo que sí me sorprendió es que la "ficha de información profesiográfica" que entregaban en el Centro de Orientación Vocacional (COVO) decía que que psicología era una carrera en que se leía mucho. Así que me angustié un poco. Hoy dirían que me dio ansiedad, pero no fue eso, ni de cerca. Solo que por entonces yo no leía nada, empecé a convencerme de que me gustaba. De hecho ahorré algo de dinero y me fui a comprar un libro, La Odisea, obviamente no sabía por dónde empezar, y no supe a quién preguntarle. El caso es que tantas veces dije que leer era mi pasatiempo favorito que terminé creyéndomelo y me aficioné de verdad a la lectura. Fue ahí cuando empecé a comprar libros con el poco dinero que lograba ahorrar y con las pagas de trabajos ocasionales, o la beca. En 1996 hice horas estudiante en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, y acomodando libros descubrí un montón de joyas de la literatuta latinoamericana. Empecé entonces a tratar de recuperar el "tiempo perdido". Llegué casi a saberme el orden de los libros de esa biblioteca.
Mientras me iba construyendo mi biblioteca, fui descubriendo música. Fui ampliando considerablemente mis gustos, fue la época de la explosión del rock latinoamericano, de las mezclas exquisitas con ritmos tradicionales. Se me abrió el mundo de reprente entre la lectura y la música. Ya había aprendido a estudiar escuchando música, en mi casa éramos tantos que me resultaba imposible concentrarme, así que la música sirvió de aislante. Así que música y literatura han ido de la mano desde entonces, hasta el día de hoy.
En algún momento de esa época me dio por pensar qué pasaría si uno recordara todo, absolutamente todo, y llegué a la conclusión de que si eso pasara uno estaría entonces obligado a contar un recuerdo tal y como ocurrió, con exactamente la misma duración, pensé que eso lo metería a uno en un bucle intenso e inútil. Me pareció que esa, sería una historia interesante de contar. Pero la decepción llegó poco tiempo después, cuando un día cualquiera cayó en mi manos Ficciones, y me di cuenta que ya en 1944, Jorge Luis Borges había pensado en un cuento de un tipo que lo recordaba todo: Funes el memorioso, y encima, era un cuento perfecto, como todos sus cuentos. "Me cago en Borges", pensé, "¡cómo es posible que en pocas palabras pueda decir tanto y de forma tan perfecta!". Obviamente, hasta ahí llegó la idea de contar, o escribir, el relato de un tipo que lo recordaba todo, ya no tenía sentido hacerlo.
A principios de este año (2023) en el curso de Psicología General hice referencia al cuento de Borges. Como debo preparar el programa del curso de este primer ciclo de 2024, volví a leer Funes el memorioso, y aleatoriamente leí otros cuentos. Por alguna razón que no tenía clara me detuve en Las ruinas circulares, menos clara fue la razón por la que hice una búsqueda en internet de ese cuento, porque me llevé una sorpresa. Resulta que el cuento de Borges sirvió de inspiración a Gustavo Cerati para escribir la letra de Cuando pase el temblor, canción de 1985 incluida en el álbum Nada personal, una de mis canciones favoritas en mi niñez, y por supuesto la introducción a Soda Stereo. Luego esta información la corroboré en un podcast musical, y en un estudio académico del semiólogo Raúl Barreiros titulado Temor y temblor (1999). Honestamente, nunca había hecho la conexión, ni siquiera cuando leí el cuento de Borges. Así que lo volví a leer, volví a escuchar la canción, y busqué el artículo del ya fallecido Barreiros.
No voy a reproducir lo que ya dice Barreiros, solo voy a citar un pequeño fragmento en el que dice "Es imposible deducir el sentido del cuento Las ruinas circulares y su argumentación a partir de esta canción, pero si lo inverso, la transformación está presente, la materia toma siempre nuevas formas". Por que esta relación no es tan automática como pensé cuando supe de ella, es necesario hacer un ejercicio de abstracción, y Barreiros ayuda mucho a hacerlo. Escuchar nuevamente Cuando pase el temblor ahora es otra cosa, tiene otro sentido, y me cuestiono si alguna vez le había dado algún sentido.
Todo esto para llegar de vuelta a aquel recuerdo de 1990 cuando entré tarde a mi clase de matemática y la profesora en su arenga decía: "¡esos homosexuales de Soda Stereo!", doce y trece años tendríamos. Hoy lo veo en retrospectiva, y lo que veo es una profunda homofobia y mucho odio, eso era lo que esta señora nos estaba enseñando. No nos estaba enseñando a pensar, ni ella ni el resto del profesorado, salvo honrosas excepciones. Lo que nos transmitían era una terrible ignorancia, una vagancia intelectual insultante, era disfrazar un falaz discurso de amor al "señor", en nombre de dios se hacen tantas barbaridades. No sé si muchas cosas habrían cambiado en nuestras vidas, en mi vida, si en lugar de condenar todo lo que les sonara diferente o amenazante, hubiésemos analizado lo que decían las músicas que nos gustaban, si nos hubieran planteado las preguntas adecuadas, si nos hubieran enseñado la maravillosa relación entre música y literatura. Si en vez de enseñarnos a ser buenos cristianos, nos hubiesen enseñado a ser buenos ciudadanos, nos hubiesen enseñado a pensar críticamente, si nos hubiesen estimulado realmente a leer, si nos hubiesen abierto el mundo en vez de cerrarlo y ver la amenaza de Satanás y el pecado en todo lado, en vez de llenarnos de culpas absurdas y ajenas. Tal vez, solo tal vez, no habría tenido que convencerme a mí mismo que leer era divertido y maravilloso, y me hubiera ahorrado muchos ridículos cada vez que abría la boca y se me notaban las pocas páginas que tenía encima. Pero tal vez, solo tal vez, la cosa es más compleja, y solo le echo la culpa a un puñado de evangélicos en la primera mitad de los noventa que no tenían idea de que había algo más allá de su obtusa enseñanza, porque le tenían mucho miedo al diablo, o tal vez, tan solo lo que tenían era miedo de sentir el temblor en sus piernas.
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