Quienes me conocen muy bien saben que odio los domingos. Sobre todo cuando se hace de noche y el lunes es una sombra que pesa tanto como la guillotina sobre la nuca del condenado (algo exagerado yo sé, pero de verdad que odio los domingos y así me pesan).
Comparto en su totalidad aquello que escribió Luis Chaves, y que fue publicado en el diario de Tibás, hace ya 10 años: "Nunca he disfrutado los domingos y todavía hoy no comprendo la generalizada alegría dominical. Ya desde niño era el día que amenazaba con el estreno de una nueva semana escolar. Nada que intentara como distracción lograba borrar aquella ominosa sensación que solemos ubicar en la boca del estómago. Allá al final del día me esperaban las obligaciones: limpiar los zapatos, preparar los útiles y el uniforme, programar el despertador. El lunes empezaba el domingo a las seis de la tarde. Ese padecimiento, una vez iniciado, nunca desaparece. Ni siquiera cuando, adultos, toca aportar nuestro granito de arena al índice de desempleo". Me pasaba justo eso que describe Chaves, lo de los zapatos y las tareas siempre fueron un tormento. Aunque hace 25 años no lo sabía.
Desde hace algunos años, los más recientes, los domingos por la noche experimento una especie de muerte lenta, pero a diferencia de aquella famosa canción de Sui Generis que decía "... solamente muero los domingos, y lunes ya me siento bien...", yo no me siento bien los lunes. Los lunes me siento peor, porque son un martirio para mí, nunca he logrado dormirme temprano un domingo, y eso hace que empiece la semana con todo el sueño y la pereza que un ser humano puede experimentar. Aclaro, me gusta mi trabajo, y que la verdad agradezco mucho trabajar en la U, en otro espacio no podría crecer lo que puedo crecer en al Universidad. Pero desearía que los fines de semana fueran más largos, que pudiéramos disfrutar más de nuestro tiempo, agradecería muchísimo que nuestra vida no estuviera, como lo está determinada por los ritmos de producción, que estuviera determinada más bien por el ritmo de la vida. Seriamos mejores personas si simplemente pudiéramos relajarnos un poquito.
Los lunes siempre han representado el inicio de la jornada escolar (como decía Chaves) - que nos prepara para el trabajo, nos moldea para el trabajo -; ahora es el inicio de la jornada laboral, que aunque muchos la ven con optimismo, yo la veo como el inicio de una nueva jornada rutinaria en la que se nos va la vida.
Pero el tema es que es domingo, y estoy terriblemente aburrido... quizá porque a veces la extraño, y siento nostalgia profunda (saudade se diría en portugués), por aquellos tiempos viejos buenos que ya no volverán (aunque vendrán otros muy buenos, de eso estoy seguro) en los que quería que no se acabara el domingo para abrazarla más, odiaba los lunes y el trabajo que me sacaban de la cama, y arrancaban de ella.
Esta sociedad de la producción de las cosas por encima de la vida, se reaviva los lunes, y nos recuerda con absoluta crueldad que no podemos quedarnos en la cama abrazados, queriéndonos; que tenemos que producir, porque el amor no es rentable al sistema, por eso es mejor para esta consumir sexo, vender sexo, el amor nos aleja de esta farsa, el amor da sentido a la vida, la producción de objetos nos aleja de la vida, nos acerca a la muerte, nos seca en el acto del trabajo, que debiera ser para el bien común no para el bien de unos pocos por encima del de muchos. Odio los domingos por la noche porque me recuerda que mañana será lunes, y que empezamos de nuevo a destruirnos en la producción, a alejarnos de nosotros mismos. Odio los domingos por la noche, porque no está ella que mata todos mis demonios, y con un suave beso me recordaba que a pesar de todo, la vida tiene sentido.
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